Columnas

Memoria y olvido

Mi memoria es muy frágil. De niño podía retener textos enteros de libros como preparación para los exámenes. Mediante asociaciones conservaba los números de teléfono y, más importante, una gran cantidad de nombres y apellidos de vecinos y compañeros de escuela. Alguna vez llegué a pensar que mi memoria era un océano donde cabía, de manera más o menos ordenada, una vasta cantidad de información.

Sin embargo, durante mi juventud inicié a olvidar nombres y números de teléfono por si acaso mi libre pensamiento ofendiera al régimen de turno y que siendo víctima de las torturas de la Policía Judicial acusara a algún parroquiano para poder detener el dolor. No podía bajo principio ético denunciar a nadie, por lo que opté como estrategia vaciar mi memoria.

«Al vaciamiento de mi memoria tuve que añadir la memoria colectiva.»

Repentinamente, recuperé la capacidad de retención en mi programa de doctorado en los Estados Unidos, lo cual se afirmó con el desarrollo del programa Escuelas Abiertas, pues recordar nombres y apellidos era fundamental. La importancia del recuerdo deviene por la necesidad de entretejer hechos y procesos que construimos las personas y que dan sentido y razón de ser al proyecto de vida que se dirige hacia el futuro.

Aun en las dinámicas de recuperación de la conciencia se trata de llegar a experiencias que hemos vivido y que por diversas razones reprimimos, debiendo enfrentarlas. Es como si se tratara de desatar nudos que liberan la capacidad de seguir adelante.En mis lecturas del doctorado revisaba una entrevista de Didier Eribon a Claude Lévi-Strauss. Este último indicaba que carecía de memoria: “tengo una memoria devastadora, autodestructora. Suprimo poco a poco los elementos de mi vida personal y profesional. Y luego no llego a reconstruir los hechos.”

Lévi-Strauss reconvierte esta situación, que podría ser un defecto, en una condición de trabajo que sin quererlo escribe hacia adelante sin dejar rastro en los relatos nuevos: “no soy una persona que capitalice, que haga fructificar lo que ha conseguido; más bien soy una persona que se desplaza sobre una frontera siempre movediza. Solo cuenta el trabajo del momento. Y se esfuma muy rápidamente. No tengo el gusto ni siento la necesidad de conservar su huella.”

Este procedimiento metodológico que supera el ámbito de la fragilidad de la memoria deja sin explicación y sin respuesta los hechos acaecidos en Guatemala. En nuestro país se ha mantenido la memoria adormecida mediante el terror que provoca el olvido, lo incita, lo sostiene y envuelve la capacidad de recordar, creando obstáculos para continuar nuestra historia como si no hubiese pasado nada.

Olvidar fue la consigna y si se recuerda había que guardar silencio. Miles de guatemaltecos que ofrecen su testimonio sobre los hechos de represión que vivieron durante la guerra lo hacen con dificultad. Las frases entrecortadas por sollozos y repeticiones de palabras hasta encontrar la mejor expresión que recupera lo indecible: relatar la forma terrible mediante la cual le quitaban la vida a sus seres más queridos. La justificación fue siempre que eran comunistas, guerrilleros o simpatizantes izquierdistas.

Al   vaciamiento de mi memoria tuve que añadir la memoria colectiva. Mi capacidad de recolección volvió con el atrevimiento de hablar con personas y de leer los testimonios de quienes fueran víctimas del conflicto armado. Ante la incertidumbre en que nos hallamos, podemos encontrar respuestas en la historia reciente y recuperar no solo nuestra memoria sino liberar el proyecto futuro.