Demasiados abogados
Bajo ese título, Demasiados abogados, Piero Calamandrei publicó hace casi 100 años una obra en la que trataba la crisis italiana de moralidad pública. Hace poco, la obra fue reeditada en España. Resulta interesante su lectura en Guatemala, donde se realiza una pretendida cruzada de moralidad pública, persiguiendo la corrupción y a los corruptos… de un solo bando. Como si la podredumbre no fuera un fenómeno extendido y generalizado.
En ese sentido, quizás lo más dramático es la cantidad de sinvergüenzas y corruptos que ven los acontecimientos desde el balcón, exigen reformas constitucionales y aplauden la persecución que no les alcanza, porque ha sido diseñada para cualquiera, menos para los camaradas entrañables de los aplaudidos paladines de la justicia. Es una costumbre ancestral, por cierto, la creencia corrupta de que cualquiera puede realizar cualquier tarea, por especializada, ética o difícil que sea. Que nada es importante, que las leyes son para no cumplirlas y que la Constitución es un adorno. Cuando se instituyeron las Comisiones de Postulación para magistrados de Cortes de Justicia, se creyó ingenuamente que haciendo partícipes a Rectores y Decanos de Facultades de Derecho se conseguiría un responsable resultado.
Se omitió la precariedad de nuestros estudios superiores y lo que pasó es bien conocido: proliferaron las Facultades de Derecho. Fue estimulado el crecimiento del número de abogados, con la secuela de su mediocridad e inmoralidad. Y de paso se politizó la academia. Calamandrei dio fe, en 1921,que la abogacía era multitudinaria, mediocre e inmoral y evaluó sus nefastas consecuencias nacionales. El célebre jurista observó, la decadencia intelectual y moral de la abogacía (…) está en la íntima relación con el excesivo número de profesionales (…).El problema viene a ser, por tanto, un problema de educación.
Las causas inmediatas (…) hay que buscarlas aparte del general decaimiento de la enseñanza media (y primaria), en la excesiva facilidad con que los jóvenes (…) logran licenciarse en derecho y luego ingresar en el ejercicio profesional. Para llevar a los estudios universitarios aquella seriedad y aquella disciplina de que hoy carecen, es necesario no solo disminuir el número de facultades de derecho y hacer más difícil el acceso a ellas, si no, sobre todo, llevar a las aulas el fervor por el estudio, haciendo eficaz la función didáctica de los profesores (…) y cuidando de acabar con la tradicional “jauja universitaria”, que en las facultades de derecho ha tenido hasta ahora su asiento favorito (…) Si no se puede conseguir que la práctica forense sea ante todo una escuela de moralidad profesional, es mejor suprimirla. Reflexiones interesantes, más en un país en el que hay abogados que abogan por reformas constitucionales monstruosas, que pretenden sepultar nuestro endeble Estado Constitucional, como la más concreta y devastadora consecuencia de la corrupción flagrante.