El reloj detenido

La crisis de Guatemala comenzó en 1954. Desde entonces se perdió la dignidad del país. Con la pérdida de la autoestima nacional se derrumbaron los cimientos que habían comenzado a construirse diez años antes, en especial la autonomía municipal, la autonomía universitaria y la autonomía del Seguro Social. Hoy esa institucionalidad revolucionaria, que creo una dinámica para sacar al país de la etapa semifeudal, está agotada. Las escuelas normales, que eran un baluarte en la formación de educadores e intelectuales, desaparecieron.

Los partidos políticos, cuyos dirigentes debatían los grandes problemas nacionales, con prevalencia del interés colectivo, son hoy una caricatura. En sus filas no hay estadistas sino, con honrosas excepciones, mercaderes. El sistema político caducó. A pesar de los constantes retoques de maquillaje, cada cuatro años hay un reciclaje de lo mismo. El voto es en planilla; es decir, se vota pero no se elige.

“Cada cuatro años hay un reciclaje de lo mismo.”

El transfuguismo se legalizó para un año antes de los comicios, facilitando la reelección ilimitada. Aun con los respetables esfuerzos del MP actual y la Cicig, la corrupción es un fenómeno alimentado por el sistema de partidos. En el escenario político no hay argumentaciones, propuestas, debates. Solo ataques y descalificación por parte de fuerzas oscuras contra las posiciones democráticas y progresistas. La economía de captura mantiene estancado el aparato productivo. Si comparamos, Costa Rica hizo su revolución en 1948, con la ayuda de Juan José Arévalo y de fuerzas militares guatemaltecas que entregaron armas a Figueres.

El pequeño país centroamericano no avanzó hacia el comunismo, sino que estableció un modelo de desarrollo, en favor del bienestar de las capas medias y del campesinado. Suprimió el ejército porque Figueres sintió que no podía gobernar con una ametralladora en la espalda, pero con el tiempo fortaleció una policía civil, moderna y bien equipada, solo que sin poder político. Hoy los costarricenses tienen un alto nivel de bienestar. Esperanza de vida similar a los países desarrollados. Sin extrema pobreza. Cero analfabetismo. Los estudiantes usan el mismo uniforme, sean de escuelas o colegios.

La educación tiene un presupuesto del 8 por ciento, elevado a rango constitucional y el más alto en América Latina. En salud es el 6.7 del PIB, mientras que Guatemala apenas rebasa el 2 por ciento. Imaginemos. Si el rumbo de Guatemala hubiera continuado sin aquella ruptura, el destino del país fuera otro. Probablemente hubiera pobreza, como la hay en Estados Unidos o en Costa Rica, pero sin los enormes contrastes que casi nos ponen a la par de Haití. Por eso, ese hilo histórico es indispensable. Ojala los políticos decentes, si los hay, definan programas de gobierno donde la prioridad sea recuperar la esencia de la Revolución de Octubre de 1944. No hay otra salida. La razón es que el reloj del país se detuvo en 1954 y ahí se encuentra. Detenido, de tal cuenta que los sectores más avanzados de la sociedad, tienen un gran desafío