¿Ya acabó la tragedia?

Nos ocurre con mucha frecuencia. Nos impacta un dolor colectivo, hacemos las grandes bullas, hasta nos movilizamos para la ayuda humanitaria. Pero luego pasan los días y parece que la cosa terminó, que la conciencia se apagó, que el olvido sirve de medicina para no seguir sufriendo. Pero las tragedias siguen golpeando a quienes las sufren directamente.

Las 41 niñas muertas en el trágico hecho que ya conocemos todos, más los adolescentes y monitores de la siguiente situación terrible que sucedió, no constituyen solo cifras o estadísticas. Allí hay dolor y sufrimiento que sigue impune, pero también hay familiares y sobrevivientes para quienes la tragedia no ha terminado, aunque ya sea menos mencionada en los medios de comunicación social, aunque ya no haya tantas voces alzadas, aunque la atención ya vuelva a la Champions y todos nos autoengañemos creyendo que las cosas ya se resolvieron o se resolverán.

Insistamos en algo: la tragedia de la desprotección y vulnerabilidad de los niños, niñas y adolescentes pobres no ha concluido. Siguen las condiciones que causan exclusión y marginación; siguen las estructuras mentales que victimizan a las familias por su condición de pobreza. Siguen las precarias condiciones de atención e intervención que muestra el sistema llamado de “protección”, pero que no protege, ni cuida, muchos menos es factor de desarrollo, recuperación o reinserción. Pero más aún, sigue la gigantesca tragedia que constituye la negación de los derechos económicos, sociales y culturales que es la base o punto de partida del enorme drama que vive la niñez y la adolescencia pobres. Porque la negación del derecho al trabajo, al ingreso digno y sostenido y al desarrollo económico e integral son causantes de que niños, niñas y adolescentes pobres no tengan acceso a la educación, la protección, la salud, la recreación y la participación.

Mientras la realidad socioeconómica, política y cultural se caracterice por la concentración de la riqueza en unos pocos, mientras la pobreza se extiende a las mayorías, nuestro país seguirá siendo un país en el que es sumamente peligroso ser niño, niña o adolescente en el contexto de pobreza. Seguirá siendo un país en el que el sistema de protección de la niñez cuenta con pocos recursos, dirigido por mentalidades cambiantes (según el gobierno), pero sin la visión de compromiso, entrega y amor por la niñez y adolescencia. Seguirá siendo un sistema marcado por la corrupción que se deriva de la deuda política contraída en campaña electoral y que hace que en el sistema de protección se coloque todo tipo de personas, independientemente de su identificación y conocimiento con los principios básicos de la protección integral de la niñez y la adolescencia.

Porque es de alta corrupción colocar personal con tendencias militaristas y que no tienen más recursos para educar, tutorear o monitorear que armas de todo tipo. Todo esto parece continuar porque no existen ni decisiones, ni políticas, ni compromisos verdaderos acerca del cambio del sistema de protección. Claro, estos son momentos en los que se trata de insistir en la verdad de lo ocurrido, desde las investigaciones que realicen las instituciones pertinentes. Estamos a la espera de que nos ofrezcan resultados contundentes y que deduzcan las responsabilidades que se deban. Pero la tragedia sigue. Se trata de no olvidarla, de no dejarla de ver, de no abandonar con nuestros olvidos y superficialidades a los niños, niñas y adolescentes pobres de nuestro país.