¿Es más importante el gobierno que el pueblo?

I. GuilleCada vez que algún personaje público, sea funcionario del Estado o no, habla de un tsunami judicial que se avecina, y el coro de ilusos –cada vez más reducido- bate las palmas emocionado,  miles de guatemaltecos se quedan sin la posibilidad de un trabajo digno, porque muy pocos empresarios nacionales o extranjeros se lanzan a la aventura de invertir su capital en un país en el que no existe certeza jurídica, y se ha llegado al colmo de concebir leyes que funcionan de manera retroactiva –si no me cree, revise la Ley del Secreto Bancario-, y quienes producen son perseguidos de manera sistemática y arbitraria, sin que se respete el debido proceso, aplicando el Derecho Penal del Enemigo que se experimentó primero contra nuestros veteranos de guerra, para utilizarlo después contra el sector productivo.

Ninguna empresa extranjera importante ha asentado sus reales en Guatemala desde hace un par de años, gracias a la recomendación de alguno de los embajadores cuyos países ceban con cientos de millones de quetzales a la CICIG –de los que nadie sabe cómo se gastan-, que no es más que otra ONG con una ejecutoria raquítica en su historial de casi diez años. No ha habido inversión externa fresca, proveniente de los Estados Miembros de la Unión Europea  ni de los Estados Unidos, que redunde en la creación de empleos de manera significativa. Los embajadores elogian la persecución de empresarios, pero no nos recomiendan como un destino de negocios. Qué va.

El gobierno de Barack Obama impuso el Plan para el Desarrollo para el Triángulo Norte de Centro América, que no es más que una franca ofensa, porque no es limosna lo que necesitamos, y menos aun si está acompañada de condicionantes absurdos, como la persecución de nuestros veteranos de guerra, y un ridículo doble pago de resarcimiento por la hidroeléctrica Chixoy, que asciende a una cantidad de dinero mayor que la dádiva que recibiría nuestro país. Lo que sí necesitamos, y con urgencia, es el capital de los inversionistas estadounidenses y de cualquier otro país, que no van a venir jamás, mientras no tengan la certeza de que su capital aquí va a estar seguro y se va a multiplicar bajo reglas de juego preestablecidas, en un entorno jurídico cuya pauta la marquen jueces imparciales, y no una prensa muchas veces corrupta. Y eso aplica también, por supuesto, al capital nacional.

Mientras tanto, Nicaragua se ha convertido en un oasis para la inversión, con frutos que están a la vista: lo que formula los Estados Unidos es un triángulo, no un cuadrado, porque Nicaragua no representa un problema de migración ilegal hacia el norte de América, debido a que los nicaragüenses sí encuentran trabajo en su país, al contrario de lo que sucede acá. Allí se protege la inversión. Su gobernante, a pesar de ser un marxista, no escogió el camino del socialismo para su país, sino todo lo contrario,  mientras que en Guatemala, gracias al embajador Todd Robinson, nos encaminamos al socialismo bajo la dictadura de un colombiano, con la colaboración de quienes continúan el enfrentamiento armado por otros medios, y de los que ingenuamente les sirven como caja de resonancia.

En Guatemala algunos glorifican a quienes agreden la inversión, bajo el pretexto de alimentar al monstruo insaciable que es el gobierno, dejando en un lejano segundo plano al pueblo. Aquí es cuando nos debemos hacer una pregunta cuya respuesta es obvia: ¿qué es más importante, que coma el gobierno, o que coma el pueblo?