Columnas

A don Virgilio Zapata

El humanismo cristiano, se afirma con una gran profundidad teológica, bajo la consideración que “los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre”. (Discurso ante la FAO, por el Beato Papa Pablo Vl en 1971).

Con estas palabras  recuerdo el pensamiento,  actitud y  conducta de  Virgilio Zapata, maestro y pastor. Educador y teólogo. Pensador de la vida desde  ángulos disciplinarios, una, su reflexión profunda de la Biblia y su  preocupación por la formación de valores cívicos y humanísticos de la juventud.

Conocí a don Virgilio hace  varios años, siendo  estudiante del Instituto Evangélico América Latina que fundó en la década del cincuenta, con otros jóvenes visionarios. Migré a la Escuela Normal y de nuevo regresé porque no acepté  la imposición de la militarización de  la educación pública guatemalteca. Volví con ideas de cambio y con el entusiasmo de construir una mejor sociedad. Esto generó una nueva  relación con el maestro, a partir de debates en torno a la percepción de la realidad, los que fueron un continuum hasta pocos meses de su deceso físico. Estas controversias se dieron en la arena del respeto,  tolerancia y  aprendizaje de ambos lados.

De ahí que cuando alguien como don Virgilio se nos escapa de nuestra vida cotidiana, adviene un vacío existencial. Ese fue el sentimiento cuando  aconteció lo mismo con el educador Carlos González Orellana y mi padre Manuel España carpintero y pastor. Se suspende el diálogo creativo. Sólo quedan los recuerdos, las palabras, los pensamientos, los escritos, sentimientos. Son personalidades que logran amacizar y crecer desde sus potencialidades personales, con una inteligencia y  don de la palabra viva. No es fácil encontrarlos a la vuelta de la esquina, es necesario rastrearlos porque sé que existen en los centros educativos o en las comunidades rurales en donde pesa la sabiduría de los viejos.

No se debe perder de vista el legado de don Virgilio en nuestra sociedad pensando siempre en el privilegio de  la educación. Una de sus grandes preocupaciones giró en torno a la crisis de valores y al abultado crecimiento de los antivalores. Pienso que logró avizorar que existían dos caminos para encontrar mejores respuestas para encaminar a la juventud por senderos de dignidad, respeto y solidaridad.  Una fue por el sendero del cristianismo bajo el paraguas de los estudios bíblicos y la otra, la vía de la educación no sólo para transmitir conocimientos, sino para alcanzar propósitos centrales en el desarrollo social e histórico, a partir de la formación de  una mejor convivencia humana y su entorno natural.

Sus años transcurrieron sobre la puesta en escena de estas dos grandes concepciones de la vida humana. Las dos se articulan de manera natural, porque en el fondo la preocupación esencial es la vida a favor de la vida. Eso fue don Virgilio, razón y ser de su paso por este mundo. Queda su herencia a través de las enseñanzas en la iglesia y en la educación guatemalteca.