Columnas

La hambruna acecha de nuevo

Un millón de personas que habitan en el Corredor Seco podrían ser víctimas de hambruna en las siguientes semanas, debido a la extensión de la época seca y a una plaga de langostas que ataca la zona.

No estoy siendo alarmista; el viernes pasado, el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (INSIVUMEH) informó que en este año, los efectos de la canícula podrían prolongarse entre 20 y 30 días, afectando a las familias del Corredor Seco del país.

“Se esperaría que afecte la región de meseta central y la región oriental, ya que ahí se encuentra la zona semiárida del país conocida como Corredor Seco, el impacto sería más hacia la seguridad alimentaria”, indicó Walter Bardales, del INSIVUMEH.

Según la Secretaria de Seguridad Alimentaria y Nutricional al menos 150 mil familias podrían verse afectadas en el Corredor Seco debido a la falta de lluvias, lo cual implica a un millón de personas. Aunque es una tragedia anunciada, el gobierno carece de reservas alimenticias, de planes de contingencia proporcionales, y de los recursos  necesarios. Ya es costumbre recoger muertos.

Con un verano intenso a cuestas, los campesinos siembran con las primeras lluvias, como hicieron durante siglos, pero luego viene una canícula larga en julio, que mata la milpa recién brotada, provocando hambre. La mayoría se queda sin semillas para la segunda siembra, y los pocos que logran sembrar, suelen perder su maíz por el exceso de lluvias, en octubre. Ese es el drama humano del cambio climático.

A ello ha contribuido que Guatemala es el país que más deforesta en América Latina, según Eugenia Wo Ching Sancho, costarricense especialista en Derecho, política ambiental y directora del Instituto de Política Ambiental (IPA). La pérdida anual bruta de bosque natural es de 185 mil manzanas, según el IARNA. Palmeros y ganadero son de los mayores taladores, quienes además demandan privilegios y exenciones fiscales.

Es sabido que el Corredor Seco comprende ocho departamentos y 42 municipios, con una extensión de 10 mil 200 kilómetros cuadrados, y que en los últimos cinco años las canículas han sido largas y en esa región solo ha llovido dos o tres meses.

También se sabe que, en el mundo, Guatemala es el cuarto país más vulnerable en materia ambiental. A pesar de ello, casi no se hace nada efectivo. Eso sí, con nuestros impuestos se ha pagado un diluvio de diagnósticos y consultorías, la mayoría inútiles, pues la gente de a pie se sigue muriendo de hambre.

Los factores estructurales de este cuadro apocalíptico ambiental, son la pobreza y el hambre. El 67.7% de los guatemaltecos son pobres, y el  46.1% sobrevive en la miseria. Dos millones y medio de personas pasan hambre, y padece desnutrición crónica la mitad de los niños del país.

Como si lo anterior fuera poco, una plaga de langostas recién llegó de Honduras, afectando los árboles frutales, las siembras de traspatio y las pinadas de varias aldeas de los municipios de Camotán, Jocotán, Olopa, Quezaltepeque, Esquipulas y San José la Arada, en Chiquimula.

Si a lo anterior le sumamos la desigualdad, la corrupción, la ineptitud y la falta de políticas públicas con presupuesto, es difícil ver una luz al final de este túnel infernal.

Ante la desesperanza, recordé una sentencia de Nelson Mandela: “La pobreza no es natural, es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos. Y erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”. Amén.