Columnas

De vergüenza en vergüenza

Pero también de indignación en indignación. Qué pena que tengamos que seguir presenciando y soportando hechos terribles y dolorosos que nos mueven al dolor más íntimo, pero que también nos debieran avergonzar como sociedad. Dolor, indignación, vergüenza. Ni han pasado dos meses de la muerte de 41 adolescentes, y ahora a enfrentarnos a la muerte de la estudiante, que es la peor de todas las vergüenzas recientes. Es la peor porque implica la muerte de una adolescente que ejercía el derecho de protesta, sea por las causas que sea.

No sé a ciencia cierta cuánto y cómo fue el proceso de diálogo y negociación previo, pero, por experiencias anteriores, sé que a las y los jóvenes se les escucha poco o nada, se les irrespeta, se les niega la posibilidad de expresarse libre y conscientemente. Sé que la mayoría de protestas y acciones extremas tienen lugar después de intentos de hablar, y de concretos escenarios donde se les desprecia. Necesitamos seguir haciendo vida la necesidad de que la voz, la expresión y la participación de las y los jóvenes sea un capital cultural y espiritual que valoremos y apreciemos, en lugar de sentirnos amenazados por ello.

Este hecho no solo sigue mostrándonos la incapacidad de diálogo ciudadano frente a todo tipo de problemas, sino también la intolerancia y la incapacidad del resto de la ciudadanía para comprender esos actos. Por supuesto que a todos nos desespera el tránsito, ese que muestra la cercanía del colapso de esta ciudad. Claro que a todos nos angustia la impuntualidad que puede causarnos estar en un lugar de protestas, o la imposibilidad de llegar a nuestro destino. Pero, ¿perder el control, con tantos adolescentes enfrente?, ¿sacar la violencia guardada ante seres tan vulnerables e indefensos? Y luego ha empezado a aparecer por todas las vías de expresión, principalmente las redes sociales, aplausos, justificaciones y hasta apoyo a este tipo de acciones desesperadas y homicidas.

Parece que no importase el dolor de esa joven, ni la angustia de sus compañeros y compañeras, lo que importa es ¡que dejen las vías libres, que no protesten por ningún motivo! Duele la muerte, duele el irrespeto y la intolerancia, duele la falta de consideración a la dignidad, duele la criminalización de la protesta. Duele todo eso. Y la otra vergüenza de esta semana la crearon un grupo de diputados que, confundiendo su papel de legisladores con el de pastores de sectas, proponen una iniciativa de ley para prohibir el matrimonio entre personas homosexuales. ¿Y desde cuándo esos diputados tienen un poder casi divino para decir qué es lo que bueno o lo malo sobre algo tan personal e íntimo? Incluso pretenden, de nuevo criminalizar, a quienes apoyen en esas acciones.

Desde posturas sectarias afirman que la naturaleza creó “hombre” y “mujer”, y que solo entre ellos puede haber matrimonio. Hasta enfatizan los conceptos de hombre y mujer “nacidos”. Es decir, si usted se cambió de sexo no se vale, tiene que regresar a su origen y casarse con alguien del sexo opuesto. ¡Tremendamente vergonzoso el papel, nuevamente, de este tipo de diputados! Pero es tan absurdo y grotesco que, o representa lo más conservador, propio de la paleontología del futuro, o es un globito para distraernos de observaciones importantes sobre el papel del Organismo Legislativo. Con seguridad, también es una magnífica forma de lucirse, de tener el protagonismo que no tienen en las cosas importantes y fundamentales del país. Pero, ¿qué se puede esperar de esta clase política que solo cambia de ropa, pero no se cambia a sí misma?