Columnas

Corea del Norte somos todos

Por: Alejandro A. Tagliavini 

A pesar de tener 1.300 años de historia común y la misma etnia, Corea del Sur, que cobija a más de 50 millones de habitantes y un PIB per cápita de US$ 33.000 anuales, es la tercera economía de Asia mientras que la del Norte es la última, con un PIB per cápita de US$ 1.800 al año. Durante los 90, en el Norte, una hambruna mató a dos millones de personas en tanto que, según Amnistía Internacional, murieron más de 400.000 en sus prisiones durante los últimos 30 años y, así, quedaron unos 24 millones de habitantes. Para imponer esta tiranía, comandada por Kim Jong-un, el “Brillante Camarada”, Corea del Norte tiene el cuarto Ejército más numeroso del mundo -más de un millón de soldados- que consume el 33% del PIB.

El lavado de cerebro es fenomenal. “No es una dictadura. Nadie nos impone amar al gran líder… es nuestro padre”, afirma Kang Jong Sim, y no puedo evitar recordar a los “padres” de la patria de más de un gobierno occidental. Sin internet, ni prensa libre, los norcoreanos viven adoctrinados desde los dos años y ajenos a la realidad. Pero ¿solo Kim Jong-un es el culpable? Si no lo rodearan personas “leales” que han armado una red de poder, si nadie lo obedeciera, no existiría. Pero las “complicidades”, de un modo u otro, se extienden a todo el mundo.

Es que los seres humanos estamos interrelacionados de modo que todos, en alguna medida y de algún modo, somos responsables de todo. Para empezar, recordemos que la península fue dividida en 1945 por el paralelo 38, entre los gobiernos de EE.UU. y la URSS. Luego, la guerra y las constantes amenazas desde Washington fueron la excusa para que la tiranía se armara. Pasada la hambruna de los 90, el Norte encaró algunas liberalizaciones, pero vino Bush e impuso sanciones impidiendo que algunas reformas fueran efectivas. “Nosotros… tenemos los brazos abiertos a la inversión extranjera… pero EE.UU. la impide”, afirma un funcionario. La reforma constitucional de 1998 introdujo el concepto de economía privada y, muy lentamente, las cosas mejoran. Según Lee Jung-chul, del Instituto Samsung, Seúl y Beijing prefieren que la tiranía se abra paulatinamente porque temen una avalancha de refugiados. Se ha liberalizado un poco la agricultura permitiendo cooperativas en las cuales hasta la tierra es privada.

Cuenta Javier Espinosa, enviado del diario El Mundo, que yendo por carretera hasta Hamhung la segunda urbe de Corea del Norte se ve una sucesión interminable de plantíos, incluso las laderas muy escarpadas, en los espacios más mínimos de tierra ubicados junto a las viviendas, mostrando lo tenaz que puede ser la iniciativa privada acicateada por el lucro para servir a las personas y, en este caso, paliar el hambre. En Hamhung, que se abrió al turismo en 2010, rige un nuevo sistema de salarios que permite a los directivos de las empresas dictar la remuneración de los trabajadores y algunos pagan, según cualificación y rendimiento, entre 70 y 120 dólares mensuales.

La medida junto al permiso de comercializar excedentes tanto en las empresas estatales como en las cooperativas agrícolas ha alentado enormemente la productividad. En fin, una guerra no solo sería costosísima para todo el mundo, sino que podría tener consecuencias inimaginables. Por el contrario, es necesario terminar con toda coacción, con todas las sanciones de modo de lograr que Corea de Norte se integre al mundo, aunque sea lentamente siempre será menos dañino.

 

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