Protestar contra protesta
Lo que hemos presenciado, a raíz del terrible hecho en el que muriera una estudiante y varios otros fueran heridos seriamente, es un conjunto diverso de protesta contra la protesta. Desde las voces más conservadoras, incluida una alta exfuncionaria educativa caracterizada por su conservadurismo extremo y falta de respeto a la expresión estudiantil, hasta formas bastante irrespetuosas de manifestarse, hemos sido testigos de cómo la gente protesta porque estudiantes protesten.
Protestan contra la protesta. Ya sé que la primera reacción a un planteamiento como este es que se protesta contra la forma, contra los métodos, contra las maneras. Pero está claro que, en un país tan irrespetuoso con la diversidad, la disidencia y la irreverencia, el tamaño de la protesta siempre está directamente proporcional a silencios, a negaciones de diálogo, a prepotencia, a autoritarismo, a desprecio o falta de agilidad para resolver problemas. Insisto en que nadie quiere dejar de llegar a su lugar, interrumpido por manifestaciones en las calles. Pero, ¿por qué entonces no protestamos por el colapso en el que casi estamos, en esta ciudad, por la falta de políticas urbanísticas, por el privilegio, por ejemplo, que tienen los centros comerciales frente a los intereses públicos? Debiéramos protestar por esos factores que tienen que ver con las autoridades municipales y centrales que no nos permiten llegar a tiempo a nuestros lugares.
La protesta contra la protesta en realidad es una protesta contra el fondo y el sentido mismo de protestar ciudadana y políticamente. Protestar por la falta de docentes, o por la falta de condiciones para el aprendizaje, o por el autoritarismo, o contra el abuso de todo tipo, terminan siendo contenidos que no importan a quienes protestan contra los que protestan.
Lo que verdaderamente les importa es que no existan manifestaciones de protesta que hagan que esta sociedad se acostumbre a no dejarse sumisamente, que creen una cultura de movilización, o que se regrese a aquellos tiempos en los cuales los estudiantes (de secundaria y de la universidad) eran los auténticos, legítimos y concretos defensores de los intereses del pueblo. O simplemente no quieren la protesta que afecte sus intereses (como llegar puntualmente a sus destinos). O no quieren que la gente acuda a esos mecanismos. “Para eso está el diálogo”, dicen. Pero qué ocurre cuando el diálogo no existe o se reduce a la voz dominante de quien tiene el poder, cambiando el diálogo por el monólogo. Pero está bien: protestar contra la protesta es un derecho, es una actitud, una postura. Pero tiene que plantearse con argumentos, con contenidos, no con palabras de ofensa que, como siempre, exponen el patriarcado, el machismo, el racismo y el clasismo rancios que ya no debiéramos tener.
Cuando protestemos contra quienes protestan, por lo menos, démonos un poquito de tiempo para tratar de descubrir por qué y para qué, antes de lanzar los costales cargados de resentimiento que no construyen ni edifican a favor de esa cultura política que tanto necesitamos resignificar. Y cuando veamos a adolescentes y jóvenes escolares protestando no solo deberemos tener el recuerdo del joven que perdió el control, sino también deberemos considerar que siempre hay razones para que estén allí, siempre hay algún motivo o alguna situación en la que uno o más adultos son los verdaderos responsables y causantes, ya sea porque no atienden, no escuchan o no saben resolver.