Columnas

Confusión en los negocios familiares

Son varias las confusiones que ocurren en las organizaciones familiares. Primero analicemos la confusión de los patrimonios. Pensamos que lo que es de la empresa es de los dueños. Se interpreta que por el hecho de poseer el capital de la compañía, se posee también todo cuanto a esta le pertenece. Erróneamente se considera que la empresa es sujeto de propiedad. Una empresa incluye a las personas, su cultura, su querencia, su visión y muchas otras cosas que no se pueden comprar ni poseer. Lo que poseemos es el capital de la compañía, nada más.

Otra confusión se observa en los flujos económicos. Perdemos de vista a qué corresponde cada dinero y desconocemos si lo que recibimos es a cuenta de dividendos o parte del sueldo, o si el viaje que nos pagaron fue una prestación o un reparto de utilidades disfrazado. En una empresa institucional está claro lo que es la remuneración por el trabajo, los intereses por los préstamos, los dividendos como retribución a la inversión, etcétera.

Esta claridad facilita las relaciones económicas entre los participantes en el negocio y permite tomar decisiones acertadas. En los negocios familiares existen muchos acuerdos verbales e interpretaciones sobreentendidas que dificultan la continuidad y entorpecen la participación de terceros. Es difícil manejarse con transparencia en estas condiciones. También es habitual que exista un enredo en cuanto al derecho a la propiedad entre los herederos.

Los hijos tienden a pensar que los padres están obligados a dejarles todo, y que lo deben hacer en partes iguales entre todos si no quieren ser considerados injustos. Lo curioso es que los padres, que han trabajado y creado una fortuna, también piensen así, y se dejen atrapar por esta absurda confusión.

El heredar es un acto de generosidad, por el cual los padres buscan hacer el bien a sus hijos. Es curioso que las más de las veces, por no entender su propósito y heredar bienes como compromiso paternal, terminen causándoles un mal a los hijos. Los padres no estamos obligados a dejarles ninguna propiedad a nuestros hijos; y si lo hacemos tenemos la responsabilidad de prever el uso que ellos puedan hacer de lo que les regalemos.

Lo importante no es dejarles satisfactores, sino instrumentos; no es cuánto le dejamos a cada uno, sino qué va a hacer cada uno con lo que le vayamos a dejar. También se suele exigir que se les dé la misma oportunidad de trabajar en la organización a todos los de casa. Esta tendencia del nepotismo provoca que se distorsionen las prácticas de administración de personal y que se violen políticas y procedimientos de selección, contratación, remuneración y ascenso.

Al final tenemos gente inadecuada para ocupar puestos importantes, y por otro lado gente valiosa que por no tener el apellido se desanima y se va, perdiendo la posibilidad de contar con ejecutivos de mayor calibre. Del mismo modo solemos confundir dirección y propiedad. Creemos que por ser miembros de la familia propietaria estamos predestinados a encargarnos de la conducción de los negocios. No solo no solemos ser la mejor opción para ejercer la dirección, sino que por hacerlo, frecuentemente con mediocridad, descuidamos la responsabilidad del rol de dueño, tan mal desempeñado en estos negocios.

Confundimos también los objetivos y políticas de la casa con los de la empresa, así como la autoridad familiar con la empresarial. Terminamos tratando como hijo al colaborador en la oficina, y como colaborador al hijo en la casa. Este desorden en nada ayuda a la toma de decisiones y al trabajo en equipo. Por eso es tan común que los conflictos familiares contaminen la organización, y que se dificulten las relaciones entre familiares.

Si queremos que nuestra empresa familiar permanezca, debemos darle claridad y solidez. Necesitamos clarificar los conceptos de negocio nucleares, que servirán de pilares para construir con armonía las bases de la permanencia. No permitamos que la confusión debilite nuestra compañía y corroa sus posibilidades de continuidad.