Columnas

Les regalo dos militares

Puede resultar extraño que una de las más precisas descripciones del Ejército de Guatemala provenga de un comandante guerrillero pero, ¿quién mejor que el enemigo, para describir a su oponente, si lo hace de forma honesta, y desde el análisis frío que puede aportar un testigo presencial? Por eso, son de mucho valor las anotaciones que al respecto de la institución armada hace Gustavo Porras Castejón, comandante del EGP, quien en su libro Las huellas de Guatemala, escribió: “Contrario a lo que aconseja la prudencia militar, los oficiales guatemaltecos iban en la vanguardia de las columnas, en el lugar más expuesto, con el mismo uniforme de los demás soldados, sin los distintivos que denotaran su grado.

Ilustración GuilleTal parece que el Ejército de Guatemala priorizó la agresividad y la moral de su tropa sobre la preservación de sus mandos y, hasta donde yo sé, en tres décadas de lucha armada que se inició en la Sierra de las Minas, en el ejército guatemalteco jamás se rindió un solo soldado”. Y tiene razón; en la historia de nuestro Ejército, son solo dos los soldados que se han rendido ante el enemigo, y ninguno de ellos lo hizo durante los 36 años de guerra.

El primero fue Juan Jacobo Arbenz Guzmán, quien como presidente y comandante general del Ejército, en 1954 no fue capaz de dar una sola orden, y mucho menos de ir a la vanguardia de columna alguna, para combatir contra la invasión coordinada por la CIA para derrocar a su gobierno. Poco después, ya depuesto y exiliado Arbenz, el 2 de Agosto de ese mismo año, los cadetes de la Escuela Politécnica demostraron que sí se podía derrotar a la fuerza invasora que derrocó fácilmente a Arbenz porque este no tuvo el valor de enfrentarla.

Es falso que el Ejército lo haya traicionado, porque no lo desobedeció jamás. Simplemente no recibió orden alguna de su comandante general, que prefirió rendirse sin pelear.

Hoy, más de 70 ancianos soldados resisten sin rendirse ante el asedio de procesos penales o inverosímiles condenas, con un estoicismo abrumador; el mismo que describe Gustavo Porras cuando narra cómo ellos enfrentaron al enemigo utilizando tácticas que para los oficiales de ejércitos de otros países parecían suicidas. Uno de esos hombres, el general Benedicto Lucas, fue uno de aquellos adolescentes cadetes que en ese lejano 2 de Agosto de 1954 enfrentaron al autonombrado ejercito de liberación, destruyéndolo.

Pero mientras esos combatientes resisten, aprovechando la comodidad de la relajada disciplina que hoy impera en el alto mando del Ejército, el coronel Edgar Rubio Castañeda, 63 años después de la verguenza del papel que jugó Arbenz ante la historia, se rinde ante el enemigo, afirmando en un libro de su autoría hechos que no le constan, porque cuando recibió sus despachos de subteniente, ya la guerra era solo una tenue sombra de lo que enfrentaron sus antiguos a finales de la década de 1970 y principios de la siguiente.

Se trata de un coronel con una carrera gris, sin mayor relevancia ni liderazgo, que se dejó manipular por quienes saben cómo sacar provecho del pasado, y que seguramente se alejarían de él como lo harían de un apestado si el Tribunal de Honor cumple con su deber, sin la influencia que hoy ejercen en nuestro Ejército quienes dicen defender los derechos humanos, y que lucran prostituyendo el enfrentamiento armado interno.

Quién sabe; de repente estoy equivocado y al coronel Edgar Rubio Castañeda le espera un brillante futuro como perito o colaborador eficaz de la fundación Myrna Mack, participando en rentables casos penales contra sus compañeros de armas. Yo, por mi parte, le regalo a la extrema izquierda a Juan Jacobo Arbenz y a Edgar Rubio Castañeda, los dos militares –que no soldados-, que se rindieron ante el enemigo.