Lo peor y lo mejor de Trump
Por: Alejandro A. Tagliavini
Será esta una columna políticamente muy incorrecta, ya verá. Primero, quizás lo peor de Trump ha sido su apoyo a Arabia Saudita. La crisis con Qatar destapó algo que ya se conocía: que Washington es socio de los ideólogos y financistas de los terroristas islámicos y que, tanto los yihadistas como la tiranía saudí, usan armas occidentales.
Entretanto, va quedando claro que jóvenes muy frustrados y marginados por las políticas económicas el “estado de bienestar” se convierten al islamismo como excusa para suicidarse acompañados. Pero una buena ha hecho Trump: retirar a EE.UU. del acuerdo de París. Hay tres teorías sobre el tema. Una, que el cambio climático no existe. Otra la que parece más sensata que existe, pero que es más bien una evolución lenta y natural del cosmos. Y la plasmada en los acuerdos de París, que asegura que el cambio climático es dramático y culpa del hombre.
No tengo certeza de cuál teoría y hasta qué punto es real, pero me parece muy soberbio creer que el hombre tan insignificante en el cosmos, casi una hormiguita pueda estar ocasionando tanto daño. Me recuerda a la soberbia de tantos científicos que ya han pronosticado grandes catástrofes, que la naturaleza ha desmentido. Como los que hace 40 años dijeron que ya no tendríamos más petróleo.
En 1850, el 65% de la población de EE.UU. era agricultora. Avanzaba la industrialización y muchos decían que, si continuaba el éxodo de los obreros del campo hacia la ciudad, caería la producción de alimentos a la vez que aumentaría la población produciéndose una hambruna, como la “profetizada” por Malthus. Hoy, solo el 3% de su población trabaja la tierra, pero gracias al desarrollo tecnológico, la cantidad de alimentos aumentó al punto de convertir a EE. UU. en uno de los mayores exportadores mundiales.
Me parece que del mismo modo, los malos augurios sobre el cambio climático fallarán porque la naturaleza es infinitamente más sabia y más fuerte que el hombre. De hecho, gracias al desarrollo tecnológico generado naturalmente en el mercado por el sector privado y no a las falsas imposiciones de los gobiernos viene cayendo la contaminación ambiental.
Lo primero que surge es que aun cuando se tuviera certeza absoluta de una teoría -lo que solo se da en soberbios- no es moralmente lícito imponer coactivamente nada a nadie aun cuando esta coacción se hiciera en favor de un supuesto bien superior porque, como señalaba Juan Pablo II en su Encíclica Veritatis Splendor” las teorías teleológicas, consecuencialistas y proporcionalistas que niegan la existencia de normas morales… válidas sin excepción” son inaceptables.
Pero lo peor es que estas cumbres les sirven solo a los burócratas estatales que cobran jugosos sueldos y a los eternos recibidores de subsidios para encarar costosísimos “programas” y “estudios”, todo a costa del empobrecido contribuyente. Porque, en casi todos los 147 países que ratificaron el acuerdo de París, más del 90% de las organizaciones contaminadoras son estatales, como las empresas petroleras, carboneras, etcétera. De modo que si realmente estos gobiernos estuvieran preocupados por el medioambiente, les bastaría con cerrar sus empresas.
Para colmo de ironías, como asegura el especialista Jorge E. Amador, las organizaciones que más contaminan son las fuerzas armadas en general, precisamente, las que se supone usarán los gobiernos para forzar “leyes contra el cambio climático”.