Columnas

Jose Manuel España: Mi padre

Hay momentos en la vida que los recuerdos nos envuelven con una sábana de afectos y múltiples sentimientos. Volver al pasado y a los caminos andados, es uno de los mejores ejercicios para sentir que  vivimos y amamos. Hay alegrías y tristezas en ese retorno de sí mismo. Es el caso de hablar de quienes ya no compartirán con su palabra jamás en el resto del tiempo que nos falta.

Procuro rememorar los  momentos de la vida de mi padre. Como si fuera un cuento  idílico  con la naturaleza, mi papá y sus hermanos caminaban todos los días al cuido de la milpa, el frijol  y los ayotes. De regreso a casa, un riachuelo los esperaba con sus aguas cristalinas, con peces, cangrejos y jutes para hacer un caldo en la casa solariega de corredores anchos. Por las noches cantaban con sus guitarras viejas y se contaban cuentos.

Los domingos a recorrer caminos polvorientos que los llevaba del caserío  a la iglesia evangélica de Concepción las Minas. Ese día había caldo de res con algunas verduritas que traían del mercado. Esa fue su vida campesina.

Estudió en el Seminario Bíblico de Chiquimula, se hizo pastor y carpintero. Conoció a Virgilia Calderón y se casaron. Ahí comenzó la vida de predicador en Esquipulas en donde nací a la vida, junto a  la década democrática del país. La historia siguió su giro y en Quetzaltepeque, siendo pastor de la iglesia evangélica, nos sorprendió la contrarrevolución de Castillo Armas. Mi padre no fue a la guerra pero le exigieron surtir de alimentos a soldados de caite improvisados.

Tiempo después se fue de carpintero a construir puentes en la carretera del Atlántico y en los inicios de la construcción del centro cívico de la ciudad capital, se atrevió a subirse a los andamios en la construcción del Banco de Guatemala. Otro momento histórico que vivió como obrero y predicador en una pequeña iglesia de la Villa de Guadalupe.

Fue el propósito de ellos que sus hijos estudiaran. Se convirtió en reparador de escritorios del Colegio América Latina, lugar en donde aprendí a leer literatura con Jacinto Ochoa. La historia nos deparaba nuevos acontecimientos. Me fui a la Escuela Normal y ahí junto a jóvenes de origen rural, proletario y de pequeños comerciantes, aprendimos de nuestros maestros a pensar críticamente. Sobrevino el movimiento de Marzo y Abril. Nació la guerrilla y se impusieron las dictaduras militares.

En medio de estas turbulencias de protestas sociales, agredieron la vida de cientos de jóvenes con ideales por una mejor Guatemala. La vida nacional se convulsionó. Unos murieron, otros desaparecieron y otros nos fuimos a otros países a vivir. Costa Rica fue el refugio de  mi familia. Nos convertimos en docentes universitarios y nuestros padres junto a nosotros acompañándonos solidariamente. Pero la vida es así y de tantos años e historia vivida, mi padre se me fue. Antes me dijo, “creo que ya me voy con San Pedro”. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Me heredó su biblia, un martillo para recordarme que fue Pastor y Carpintero y una larga vida de enseñanzas llena de afecto, querencias y recuerdos.