Los nuevos ricos también lloran
Varios prejuicios construyen un estereotipo. Definimos a las personas a partir de su apariencia, su conversación y de su actitud, pero nunca desciframos quiénes son en realidad, qué las mueve o por qué buscan desesperadamente convertirse en un sinónimo de otros. Cosas de la identidad donde todos participamos, en mayor o menor medida, de esta alienación.
El término “nuevo rico” es una caracterología que dibuja a un determinado personaje. Tal vez una manera de separar a los pistudos sin pedigrí, de todos aquellos que creen sentir la sangre azul por sus venas.
Un trepador social que se abre paso con el título de “gran emisario del mal gusto y la ostentación”. El mal gusto es imposible de definir, solo podemos reconocerlo. Quizá sea todo aquello que resulta innecesario para vivir: un enorme vehículo que abarca la calle de acera a acera; un teléfono celular saturado de botones; una televisión con una pantalla más grande que la sala de la casa… y esas opciones que definen a un arribista: los restaurantes que visita, el templo al que asiste, el deporte que le interesa, el colegio donde mete a sus hijos y la colonia donde decide vivir. Elecciones basadas en un sentimiento de nulidad ante un grupo, al cual desea pertenecer.
Es terrible tratar de agradar a quienes nos detestan. Convertirnos en una copia abigarrada con tal de semejarnos un poco a eso que tanto admiramos. Lo interesante es que nuestros modelos hacen lo mismo con otros y esos otros lo hacen con otros, todo como en una cadena infinita. Mucha madurez es lo que construye un criterio y está comprobado que la pasamos mucho mejor compartiendo con la gente que nos quiere seamos quienes seamos y tengamos lo que tengamos.