Mirilla indiscreta

¡Cuidado hormigas, nos aplasta la bota!

La idea generalizada o evidente, que vivimos en nuestro universo particular y mediocre, me conmueve cada día más, especialmente cuando observo que, poco a poco, nos aislamos un trecho mayor de la realidad circundante, que al parecer,  no rebaza nuestra incapacidad de comprender que nos empeñamos, sin horizonte, en ser el centro de  nuestro limitado universo, reducido al ombligo de un gigante, que nos impide abordar con solvencia, valor e inteligencia, una existencia social que nos reduce, con nuestra complaciente ignorancia, a la mínima expresión.

En este extraño y confuso pasaje de nuestra cuestionada historia, que casi siempre nos luce como una pésima obra de teatro, donde el culto a la sátira, como género literario, le facilita el tránsito al ridículo vulgar.

Hemos permitido que personajes que en la vida de una realidad más exigente, serían actores menores, de cualquier espectáculo de aldea, se transformen en conductores o pasantes de dictadores, en un pueblo que pareciera sin gente. Solo así se tendría como única explicación, permitir semejante atropello histórico.

Desde luego la categoría de “gente”, exige un nivel de comprensión, que debe estar escondido en  armarios bajo siete llaves, como celosos e impenetrables ataúdes de nuestra memoria histórica… pero no me refiero a la que nos exhibe como cavernícolas asesinos de nuestros propios hermanos entre hermanos. Me refiero a la que exalta nuestra apasionada y centenaria lucha, contra la opresión, las dictaduras y ansiosa búsqueda de la libertad.

Se ha impedido que esa narrativa heroica se asome y conviva con las nuevas generaciones, para que con derecho y formación,  nos reclame la indignidad de nuestro comportamiento como nación y como sociedad, al permitir  que la vergüenza ciudadana, sea sustituida por un nuevo carnet de identidad, que en lugar de nacionalidad guatemalteca, nos registra fríamente con el despreciable apelativo de Oportunista I, II, y III.  Entreguista I, II y III de acuerdo a su jerarquía y fiel cumplimiento a las normas y conductas que los gradúan y premian. Y,  la menos apreciada, por los riesgos que entraña, es la de guatemalteco, única categoría, porque allí no hay registros para I, II y mucho menos para la III.

A veces siento que si tuviéramos la oportunidad de observarnos desde un lugar externo a nuestra dimensión, luciríamos como laboriosas hormiguitas, trabajando afanosamente. En condición de autómatas criaturas tratando de acumular pequeñísimas porciones de alimentos para la subsistencia, caminando invariablemente, guiados por los fluidos secretados por esos minúsculos cuerpos y que impiden en ese eterno ir y venir de un punto a otro, de percibir siquiera, o  mucho menos ver, jamás, la enorme suela de la bota, de quién cansado de recibir insignificantes y molestas picaduras, en el instante que se le da la gana, puede aplastar la existencia del incansable hormiguero, en una milésima de segundo.

Debe ser interesante interiorizar en las intrigas que en torno a la subsistencia, se genera en los hormigueros, similares a las que se deben dar en los enjambres de avispas, que picando al intruso con su pequeño aguijón la vuelve poderosa en su milimétrica realidad y que entretenidas, controlando su espacio exclusivo, terminan por  ignorar el palo que está a punto de derribar de un solo golpe su panal, colgado en el dintel de la puerta de su agobiado verdugo.

Siempre he pensado y me encantaría formular el argumento de una pornográfica novela que describa las luchas, por el dominio y el  poder, que se deben generar en el submundo de los espermatozoides.

Todos empeñados por llegar, primero, a fecundar el ovulo materno. Lucha que se me imagina igualmente interesante, al describir sus afanes e intrigas por alcanzar el preciado lugar.

Codeándose unos con otros, metiéndose zancadilla, por llegar finalmente a la meta, organizándose los más fuertes para anular las posibilidades de los débiles, que quizá por vocación genética,  han desarrollado la tentación de unirse de manera organizada en núcleos de  competencias, similares a los partidos políticos o de la sociedad civil, para sortear las dificultades de penetrar el trono, que lo hará vencedor  y transformarse en ese ser superior, que al gestarse olvidará su origen.

Quizá le quedará en el recuerdo el espíritu de competencia, para lograr eliminar a millones, de aquellos que parecían sus iguales, pero que al ganar la carrera de la vida, se comenzó a diferenciar de los que dejó atrás, confirmando físicamente esa diferencia, porque al entrar al paraíso buscado, perdió el apéndice que le era familiar y lo impulsaba en el líquido seminal en forma de cola.

Como aficionado a las novelas de suspenso, pienso que a no a pocos escritores, les ilusionaría escribir aquella inédita trama.

Se solazaría seguramente, cambiando el final de la épica aventura, para reducir al triunfador a una nivel inferior fuera del podio de los vencedores.

Quizá le tentaría, provocar la frustración del orgulloso esperma, después de la despiadada lucha, verse caer al vacío, porque fue el producto acelerado de una masturbación.  O bien perecer ahogado en los ácidos gástricos del estómago de la pareja del gestor. O más tétrico aún, finalizar su ansiada y competida  micro-existencia, fundiéndose en una porción de residuos fecales. Inesperado destino, en sustitución del ansiado ovulo materno.

Ese final nos grafica el riesgo de caer en el reduccionismo como análisis deformado de la realidad que nos envuelve y que a veces nos asimila, por la propia incapacidad de entender y razonar nuestro entorno, a la existencia de una colonia, nunca mejor comparación por la denominación, de laboriosas hormigas, panales de avispas o elaboradas historias de espermatozoides, que al final tienen como destino, el peso de las circunstancias coyunturales o como dirían los marxistas: “de las condiciones…” siempre las condiciones, que determinan el fluir de la historia y de nuestra incierta existencia como nación.

Escuchar aquel relato, me puso erizo, indispuesto, desconcertado y con muchos deseos de reclamar a mi querido doctor Flores, historiador, filósofo, humanista y político de baja.

Él, igual, como casi la totalidad de quienes abominaron su ejercicio por agotamiento, por hartazgo o forzados al retiro, por los nuevos actores del destino de nuestro particular enjambre guatemalteco, siempre dispuesto a picar a sus connacionales, para rendirse indefensos ante quien les paga o les pega, encumbra y protege, desde el poder.

Sí… me sentía ofendido o quizá avergonzado por la versión del ilustre humanista. Quería en el fondo de mi alma, reclamarle a Sergio, la difusión académica de una visión finalmente escatológica y hasta ofensiva, por la comparación tan cruda de trocar, nuestra condición de seres civilizados, por la simple condición de formas de vida elementales y cuya única finalidad se reduce a la subsistencia o en su caso, intentar el principio de la procreación.

Pero no pude hacerlo y di gracias al creador, porque no tenía la certeza de poder  rebatirle y darle una versión distinta a la que de manera tan figurativa pero eficaz, me hizo sentir indigno de levantar una bandera que aplastara sus lapidarios argumentos.

Afortunadamente se me adelantó José Luis, abogado agudo, que desde muy joven se destacó por ser magnífico estudiante y un crítico severo de la realidad nacional. Esa ingrata realidad nacional, como él mismo afirma, que no nos ha abandonado, por lo menos, desde que yo tengo uso de razón y esa afirmación me hizo recordar que ya mi padre, no solo la había vivido, si no también sufrido, en la inveterada práctica de la persecución política, siempre disfrazada de jurídica… cárcel casi permanente y tristes recuerdos, a partir del momento en que se descomponía el equilibrio del que detentaba el poder y lo iba a buscar, uno de sus esbirros, un señor de apellido Linares, que murió ejecutado en la zona 3.

Cuando quizá ya había olvidado sus horrores y atraído por las feromonas de la amante, lo hicieron caer en las manos de los voluntarios vengadores.

La historia de siempre… ejecutores de hoy, cuando la amnesia cómplice, les nubla  el entendimiento en ocasiones terminan ajusticiados por los vengadores oficiosos o voluntarios del futuro, que en nombre de esa venganza eterna, a quienes fastidian sin límite, hoy, creyendo que el poder es eterno, les cobran sus olvidados abusos, incluso cuando ya el olvido o la ignorancia ha inundado a las generaciones que atestiguan su desventurado final… el Karma de la ley de la compensación.

No se me olvida el momento, reiteradamente crítico en el que, a mi papá, lo llegaban a traer a su bufete para llevarlo a la cárcel, siempre por medidas de seguridad, sindicación que no entrañaba delito, pero garantizaba en la paranoia, de los que mandaban,  la estabilidad del régimen y la eficacia legalizada de su poder, sindicando y reduciendo  provisionalmente  a  prisión a los opositores o supuestos adversarios o enemigos.

Mirá Sergio, se apresuró a romper mi silencioso recuerdo, el licenciado Arreola, el ahora místico abogado, que abandonó la militancia política por un libro más fiel que la consigna y compadrazgo partidario… La Biblia. Que abre devotamente en las reuniones de Hombres de Negocios del Evangelio Completo, organización ecuménica, donde fieles de diferentes denominaciones religiosas se unen en oración común para rogar la protección del país y de todos sus habitantes.

Sin embargo, su opinión cívica continúa intacta y la quiso compartir con nosotros esa mañana. Reducirnos a simples instrumentos de designios ajenos a nosotros mismos, fue evidente que lastimó su amor propio y al recuerdo de lejanas batallas por la independencia y soberanía de la patria.

Nosotros somos culpables, de todo lo que nos está pasando querido doctor Flores, comenzó a manera de predica sus argumentos, permitimos que la política se transformara en la práctica más oprobiosa que recuerda nuestra historia reciente… desapareció la mística de los partidos y el sentido de identidad partidaria de sus militantes, continuó. Se pulverizaron las ideologías y  se privilegió el oportunismo emergente, que hizo de la práctica política, el más deshonroso de los oficios, degradó con una sola expresión la noble vocación política, y les extrañará que le denomine oficio, porque prácticamente se volvió actividad de fracasados y delincuentes, incapaces de poder ganarse la vida honradamente en cualquier otra actividad, sentenció con firmeza…-permitimos… Sergio y don Edmundo, continuó, que en los partidos políticos se planearan negocios obscuros y no el bienestar de la comunidad. Nadie era capaz y estoy seguro que en este momento tampoco, de sostener un debate de contenidos, sustituyendo la confrontación de ideales por insultos. Frente a la limitación formativa de recurrir a la confrontación de programas, doctrinas y planteamientos ideológicos. Procuraron la infiltración de los órganos de justicia,para amenazar con procesos a los adversarios, en lugar de estimular el diálogo y la solución política de los conflictos.

Le dieron vida a la Judicialización de la Política y la Politización de la Justicia,  que deformó tanto el quehacer político, como la aplicación del derecho para hacer efectivo imperio de la ley. Los jueces… Sergio y don Edmundo… se aprovecharon del poder que le transfirieron los políticos para resolver judicialmente sus problemas y pidieron concesiones y posiciones, desnaturalizando la meritocracia y prostituyendo el Organismo Judicial y la Politización de la Justicia, agotó el debate entre facciones partidarias, para darle paso al poder de quienes concentraban el poder judicial y a la inversa manejaban el poder judicial con ventajas políticas a su favor.

El Ejecutivo transformó la Institución de la Presidencia en un centro de negocios nacionales y transnacionales. El Congreso le puso precio a sus decisiones legislativas aparejadas a intereses económicos, haciendo listados de tarifas en lugar de leyes, enfatizó

La incompetencia se instaló en los órganos de Justicia, conscientes que sus decisiones avalaban intereses políticos y económicos y de manera progresiva y lamentable le restaron legitimidad al Estado, poniéndolo en la categoría casi consumada de Estado Fallido.

En esas condiciones, impedir la intervención se volvió tarea imposible… facilitar la intervención de los Organismos del Estado, sin excepción, alentó la ambición de los grupos electoralmente marginados y se pusieron a la orden. El sorpresivo fenómeno, se transformó en consigna de supervivencia y lo más grave… entregar el control del país como muestra de rendición incondicional, frente a la vergüenza de declararnos un Estado Delincuente… lució para quienes lo aceptaron… un mal menor… que les permitió un  proceso progresivo para transformar la corrupción en conductas decentes y supervisadas, transando sin ninguna pena y con cierta tranquilidad de conciencia la Soberanía Nacional y la supervisión cotidiana y la mayoría de los nombramientos estratégicos para gobernar, ocupados por apoderados  oficiosos y ejecutores sin escrúpulos cívicos ni patrióticos, de la intervención.

Te entiendo perfectamente José Luis, acotó el doctor Sergio Flores,  después de escuchar el largo argumento del abogado Arriola, pero todo tiene un límite mi querido amigo: entregar el país, el control de sus autoridades de manera incondicional, la pretensión de estructurar nuestro marco jurídico Constitucional, pareciera un exceso. Y también lo más delicado, mi querido José Luis, es que quienes más se entregan y entregan al país de manera incondicional son aquellos que más pecados tienen con el pasado, con sus propias posiciones gubernamentales y desde luego son producto de los miserables arreglos a los que nos llevó la Judicialización de la Política y La Politización de la Justicia. Base inescrupulosa del Estado cuasi-fallido y cuasi-delincuente, pocos son los actores de la función pública actual que no tengan lazos con las decisiones del pasado, la verdad don Edmundo y vos José Luis, hagan un listado, nombre por nombre, de los ejecutores de la intervención y vas a ver que son producto del funcionariato judicial y político del pasado. El peligro es que a cambio de su propio perdón y olvido son capaces de entregar a la patria, su soberanía y a su gente, si les fuera preciso, a eso se debe la rudeza de quienes ejercen la titularidad de la intervención. Saben que les pueden decir groserías a quienes ellos no consideran dignos del ejercicio de la función pública, ese es el gran peligro. Urge depurar la conducción del Estado y pareciera que la última esperanza, cada vez más agotada, es el propio presidente de la República, cuya elección concitó el entusiasmo de buena parte de la población. Por eso la exigencia de que asuma una posición beligerante en el ejercicio de su poder legítimo y que haga valer  su condición de presidente y representante de la unidad nacional. Esa fue la razón de mi comparación con los hormigueros, panales y carreras de espermatozoides. Porque entretenidos en las formas que debe tener la venganza, no nos damos cuenta que un gigante está a punto de aplastarnos, finalizó el doctor Flores.

Me retiré de la conversación, por primera vez dándoles la razón a mis dos interlocutores principales. Uno por prevenirnos por el costo que  tiene la instalación de una nueva forma de gobierno. Vocación ausente en nuestros cuadros dirigentes, y por el otro la falta de sensibilidad social,  frente a la amenaza de una intervención sin límites sin convenios obligados, que defiendan nuestra identidad nacional.

Pensé también en la figura del presidente, quién ha logrado apoyos importantes en distintos sectores de la población frente a la posibilidad de separarlo de la presidencia y abrir las puertas a una confrontación por la toma del poder indeseada y peligrosa.

Frente a esa disyuntiva, pensé que ojalá entienda que el respaldo más que a su persona es a la institucionalidad del país. Y yo le recomendaría que en lugar de justificar la falta de firmas en los expedientes  de sus funcionarios, comience de inmediato por poner las primeras firmas, él personalmente, en la destitución de quienes contribuyen todos los días a sacarlo del poder.

Danilo Roca (Edmundo Deantés)

Jurista, analista político, luchador por la libertad.

Avatar de Danilo Roca (Edmundo Deantés)