Es tiempo de hacer que comprendan
Hay dos embajadores a quienes la historia de Guatemala recordará de manera especial, sin duda alguna. Uno es Máximo Cajal y el otro, Todd Robinson.
El primero, por ser cómplice del terrorismo marxista de principios de la década de 1980, y por su responsabilidad en la tragedia de la embajada de España, y el segundo también por ser cómplice, junto a la extrema izquierda, de la grave crisis política y económica por la que atraviesa nuestro país, que atiza la crisis social.
No me cabe la menor duda que Robinson terminará igual que Cajal, arrumbado en algún lugar de la administración pública de su país, tal vez sacando fotocopias, para ser desempolvado dentro de 8 años para salir a cometer más errores, como sucedió con su colega español.
El abuso del embajador Todd Robinson al insultar a varios diputados la semana pasada fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de los guatemaltecos, a la que se añade el humillante papel de los periodistas que participaron en la reunión en la que el diplomático profirió el insulto, del que algunos de los presentes -no sé si todos- se rieron. Me gusta especular acerca de lo que habría hecho de haber estado allí don Clemente Marroquín Rojas, al escuchar el improperio de boca del diplomático que, entre otros abusos, trata de imponernos una agenda homosexualista que la mayoría de guatemaltecos rechazamos, como rechazaron en una relación de 100 contra 5 las reformas a la Constitución los profesionales convocados el sábado por el Colegio de Abogados y Notarios de Guatemala, para conocer su opinión acerca de esas reformas, también impuestas por el embajador a través del la Fiscal General, el colombiano Velásquez y el Procurador de los Derechos Humanos.
Hace falta ver cuál será la reacción del presidente Jimmy Morales, quien se ha demorado demasiado en pronunciarse al respecto de la grave falta de respeto proferida por Todd Robinson en contra de cuatro guatemaltecos, de quienes no importa su cargo ni su ideología. Mi indignación sería la misma si se tratase de cualquier otro connacional, sin detenerme a considerar por un segundo su forma de pensar. En este caso pasa a un segundo plano que los agraviados sean diputados de un Congreso cuestionado; son guatemaltecos y con eso basta. En su calidad de funcionarios público somos solo nosotros, los guatemaltecos, quienes podemos hablar de ellos como nos plazca, siempre y cuando medie una justificación para hacerlo. Pero nunca, jamás, debemos permitir una falta de respeto por parte de un extranjero, y menos si se trata de un embajador.
Todd Robinson debe ser declarado non grato por el presidente de la República, sin importar que su misión en Guatemala termine tan pronto como la semana entrante.
Por otra parte, el motivo del nuevo insulto del embajador a nuestra soberanía no puede soslayarse, ya que se trata de un hecho perfectamente lícito, como lo es la actividad de lobby en los Estados Unidos contratada por cuatro diputados. Es obvio que el diplomático se salió de sus casillas debido a que el trabajo que los lobistas están haciendo en Washington ya ha rendido sus primeros frutos, con la aplaudida ausencia de la fiscal general Thelma Aldana y el colombiano Iván Velásquez en la reciente cumbre de Miami, y no me cabe duda alguna que tendrá repercusiones importantes en la carrera diplomática de Todd Robinson.
Si algo ha quedado claro en la historia reciente de Guatemala, es que nuestra paciencia tiene un límite que pareciera ser muy elástico, pero que al fin y al cabo termina rompiéndose con mucho ruido. Andan por ahí algunos extranjeros tirados con onda, que de no estar aquí, estarían en su país conduciendo un taxi, y que no han entendido cómo funcionamos. Ya es tiempo de hacerlos comprender.