Columnas

¿Hacia dónde vamos como país?

Con la sana intención de encontrar respuesta a este interrogante, he acudido a conversar con amigos de manera informal. Hay palabras de aliento y de entusiasmo optimista. Me describen las bellezas de la naturaleza: montañas, bosques, lagunas, ríos, o sea, una rica biodiversidad. Otros me hablan de la multiculturalidad y de cómo esta diversidad de culturas le da a Guatemala su asiento de identidad.

Pero también expresan admiración por el talento, la ingeniosidad y la capacidad de emprendimiento para inventar trabajos que den sustento a las familias. Un amigo extranjero se preguntaba respecto a esto, al observar los cultivos de hortalizas en Chimaltenango y Quetzaltenango: ¿Por qué hay tantos pobres en Guatemala si su gente es trabajadora?

Significa entonces que un país como Guatemala, lleno de tantas bondades y cualidades propias de su vida histórica y natural, es también un lugar donde abundan los problemas. Los datos acerca de la desnutrición infantil son alarmantes. La escaza capacidad de acceso a los alimentos nos marca como un país con profundos rezagos en seguridad alimentaria. Sobre los cauces de los ríos vierten diariamente porquería. Las montañas son arrasadas y los minerales saqueados. Los centros urbanos crecen anárquicamente. Y cada quien marca su territorio, pequeña o grande en donde impera la ley de quien es propietario.

Miles de jóvenes pierden su mirada en la incertidumbre. En el vacío de un futuro que no ofrece ninguna condición para una vida feliz y llena de certezas para una mejor condición humana. Escapan entre la oscuridad de la nada y se nos pierden esas inteligencias mentales, deportivas, artísticas. Algunos se salvan del naufragio fatal de un país que no está a la altura de sus expectativas.

Los caminos del país físicamente se han destruido por las lluvias, el tiempo y una pésima construcción  generada por las sombras de  la corrupción. A su vez la comunicación humana que nos articulan con los otros existencialmente, también se han derrumbado, porque la desconfianza ha sumergido a la sociedad guatemalteca en un mar de dudas en las que priva el sentido egoísta de vivir. El principio de autoridad y  solidaridad  que cohesiona a la sociedad, se   desgajó en nuestras propias manos sin reparar  en el daño que todo esto ocasiona.

Los contrastes en Guatemala son amplios y profundos, como esos atardeceres octubristas que se contemplan con éxtasis desde la cima o llanura del territorio nacional. Los barrancos de la ciudad muestran el dramatismo de la marginalidad que genera la pobreza. Los tira fuegos de los semáforos asustan por esa angustia que los acompaña. Los mendigos de las esquinas arrastran su miseria y en el campo crecen las barrigas de una niñez desnutrida. Pero abundan portentosamente edificios arquitectónicamente bellos como parte de un panal de lujo. Los centros comerciales muestran su riqueza en diversidad de objetos.

En medio de estos contrastes, la vida humana se nos  escurre entre  piedras y arena. El país se torna oscuro como la negritud de la noche. No habrá lugar alguno en donde la luz nos aliente si no entendemos que los guatemaltecos debemos caminar  para encontrar los rayos de un sol que vuelva a hacer brillar a la nación. La pregunta es: ¿hacia dónde va el país?