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Lula, un ícono de la izquierda latinoamericana amenazado por la cárcel

Luiz Inácio Lula da Silva fue el niño pobre que llegó a la presidencia de Brasil, el siderúrgico sin estudios a quien Barack Obama calificó como «el hombre» y ahora un ícono de la izquierda latinoamericana fue condenado por corrupción.

A los 71 años, sigue siendo una figura a quien sus compatriotas aman u odian con pasión.

Tanto que, según las últimas encuestas, lidera al mismo tiempo las intenciones de voto y el índice de rechazo para las elecciones de 2018.

Pero el futuro político de quien fuera el presidente más popular de Brasil está ahora en manos de un juzgado de segunda instancia, después que este miércoles fuera condenado a 9 años y 6 meses de cárcel por corrupción pasiva y lavado de dinero.

Lula es acusado de ser el beneficiario de un apartamento tríplex en el balneario de Guarujá, Sao Paulo, ofrecido por la constructora OAS a cambio de su influencia para obtener contratos en Petrobras.

En su decisión, el magistrado Sergio Moro, ídolo de los detractores del exmandatario, le autorizó a recurrir en libertad, aunque ordenó confiscar el inmueble y señala que Lula fue el destinatario de 3.7 millones de reales (algo más de US$1.1 millones) en forma ilícita.

El combativo exlíder sindical siempre ha negado enfáticamente las acusaciones y denuncia una persecución judicial y mediática que, para él, propulsó la muerte de su esposa y compañera de batallas, Marisa Leticia, en febrero pasado.

Todo, con el único objetivo de acabar con su carrera política y evitar que el Partido de los Trabajadores (PT) vuelva al poder tras la destitución de su ahijada política, Dilma Rousseff, en 2016.

«Yo conocí el hambre, y cuando uno conoce el hambre, no desiste jamás», ha afirmado en varias ocasionas.

Lula calificó en mayo de «farsa» el proceso en una tensa audiencia con Moro, quien había mandado en marzo de 2016 a la policía a despertarlo al alba para interrogarlo.

«Están viendo a alguien que está siendo masacrado», afirmó después en un mitin acompañado por Rousseff.

DE LUSTRADOR A PRESIDENTE

Nacido en el árido nordeste en octubre de 1945, Lula conoció desde la cuna lo más dramático de la pobreza que azotaba a casi un tercio de los brasileños.

Séptimo hijo de un matrimonio de analfabetos, fue abandonado por su padre antes de que la familia emigrara a la prometedora e industrial Sao Paulo como millones de coterráneos.

Fue vendedor ambulante y lustrador, a los 15 años inició su formación de tornero mecánico, perdió un meñique en una máquina y al final de la década de 1970 se convirtió en el líder sindical al frente de una histórica huelga que desafió a la dictadura (1964-85).

Brasilia, sin embargo, se hizo esperar y en tres ocasiones fue derrotado como candidato presidencial del PT, que él mismo había cofundado en 1980.

El líder al que la revista Foreign Policy calificaría después como una «estrella del rock de la escena internacional» llegó finalmente a la presidencia en 2003, con promesas de justicia social.

Durante sus dos mandatos, empujados por el viento a favor de la economía mundial, 30 millones de brasileños salieron de la pobreza.

Lula coronó su presidencia, y su popularidad mundial, consiguiendo para Brasil la sede de la Copa del Mundo de fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro en 2016.

LA SOMBRA DE LA CORRUPCIÓN

Idealista pero pragmático, Lula es considerado un maestro en el arte de tejer alianzas aparentemente contranaturales o de deshacerse de amigos incómodos.

En 2005, descabezó a la dirección del PT implicada en el gran escándalo del «mensalão», una millonaria contabilidad ilegal para comprar el apoyo de partidos y congresistas.

Logró mantenerse al margen, fue reelegido en 2006 y en 2010 consiguió la victoria de Rousseff.

Un año después de dejar el poder, le diagnosticaron un cáncer de laringe que superó, aunque dejó huella en su voz áspera con la que declaró a la justicia haber sufrido una «canallada homérica», cuando fue impedido de ser ministro de una acorralada Rousseff. Aunque avisó el mismo día en que la policía lo llevó a declarar de madrugada: «Si querían matar a la serpiente, no le golpearon en la cabeza, le pegaron en el rabo, y la serpiente está viva como siempre».

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