Columnas

Retrato de mujer

Su nombre es Katy (así se presentó conmigo), vive cerca de mi casa y nos conocemos desde hace algunos años.  “Seño Katy” –como la llamo con aprecio- es una mujer de amplia sonrisa, aunque ello no esconde su notoria firmeza de carácter.  Sus grandes y blancos dientes y sus cabellos largos a medio recoger, reciben amablemente a los clientes que ingresan a toda hora, mientras su piel morena clara brilla empapada en sudor, frente al comal.  Ella usualmente viste su menudo cuerpo con un traje típico de colores vibrantes; es notoria su asertividad y sus dotes de liderazgo para dirigir el trabajo de sus tres empleados: dos mujeres y un hombre.

Un par de macetas con coloridas flores y una alfombra de pie dan al cliente la bienvenida en su puerta; es la única que tiene tal cosa en estos locales.  El suyo está equipado mayormente con toda clase de gastados utensilios de cocina acomodados por todas partes, dentro de improvisados recipientes plásticos.  Seño Katy trabaja frente a una mesa, un tambo de gas y una cocina hechiza, aproximadamente desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, de lunes a domingo. Ella no sólo hace tortillas todo el día, sino que vende almuerzos, antojitos típicos y también vende verduras que ha transportado desde la terminal hasta Fraijanes.

Seño Katy es originaria de Santa Cruz del Quiché, me cuenta que allí terminó la primaria de niña y luego la enviaron a trabajar cortando maíz; logró terminar la secundaria a escondidas de su familia.  Ocho años más tuvieron que pasar para poder terminar sus estudios superiores en Ciencias de la Educación con especialidad en Pedagogía, en la Universidad Rural, asistiendo los domingos.  Únicamente le queda elaborar su tesis para graduarse de Licenciada, y luego le gustaría ser docente.

Esta semana pasé a saludarla y a hacer una compra. Siempre me ofrece sentarme en una banca y son varios los temas conversados, mientras espero mi pedido.  Nuestras vidas, la situación del país, la economía y hasta los hombres (aquí ella me dice que no tiene novio porque son “ingratos” y no puede perder su tiempo; por ende, tampoco ha tenido hijos).  La muy pronto “Licenciada Katy” accedió a que nos tomáramos una foto juntas, de recuerdo, un gesto que le agradezco porque ella es ejemplar.

En estos años de visitar su tienda, me asombra que nunca he visto su local cerrado, ella siempre trabaja, incluso en feriados.  Cada visita es una lección de perseverancia y esfuerzo, de dignidad, de empuje, disciplina y carácter.  Me pareció que personas esforzadas como ella, serían merecedoras de un reconocimiento que probablemente nunca tendrán, y aunque no lo ha necesitado ni pide ayuda (de hecho, ella también sostiene a su madre), me dio permiso de contar su historia.  Es un orgullo para Guatemala, es el tipo de persona que nuestro país necesita desesperadamente.  Las “Seño Katy” abundan y son genuinas poderosas de nuestro país, por su monumental esfuerzo y por el ejemplo de virtudes que son para todos nosotros.