Columnas

Ser guatemalteco, obliga… (I)

Los hechos ocurridos esta semana, me obligan a cambiar los temas agradables para ver realidades y exponer lo que creo aún falta por decir sobre sendas tragedias, tanto de los tristísimos e increíbles hechos ocurridos en el Hospital Roosevelt, como lo sucedido antes en Las Gaviotas y los ya aparentemente “rutinarios” –para algunos analistas- cuerpos hallados sin vida por secuestros, extorsiones,  asesinatos, etc.

Guatemala debería estar de luto; buena parte de su población es consciente y lo está.  Expresan su pesar y sentimiento de rechazo.  Pero menor es la población que se sorprende, pues una buena parte se ha acostumbrado a ver como “normal” aquello que no lo es, o a ver como “positivo” el hecho de que –supuestamente- la tasa de homicidios tiene una “tendencia a la baja”, como si las vidas humanas perdidas fueran como el tipo de cambio de la moneda, o el precio del pan o alguna otra nimiedad.

Trato de comprender cómo es que se pretende encasillar y minimizar la pérdida de vidas de gente de bien que tanta falta hace, y solamente encuentro que quienes están despreocupados es porque sus vidas transcurren sin tener que pisar un hospital público, transporte colectivo, no tienen que trabajar vendiendo a pie, no están expuestos a vejámenes callejeros diarios, no tenían un familiar en el Roosevelt ese día, etc.  Si tiene la dicha de estar respirando “amor y paz” -sin preocupaciones por la debacle social que estamos viviendo- usted es la minúscula estadística del país, pero le falta informarse o está en negación, por algún motivo, conveniente o no.

El sentir general es de “ausencia de paz” en el área rural y urbana.  En esta última, es innegable el auge que han cobrado la violencia y delincuencia. Lo del Hospital Roosevelt es colosal, emula a una escena en Siria.  Se ningunean esas muertes inocentes cuando se pretende ¡imponer! un rotundo “no” a la sola posibilidad de debatir sobre la pena de muerte, como si las vidas de los criminales valieran más que la de un médico muerto a balazos en su trabajo, o la del portero que dejó una familia en necesidad o la de cualquier otro inocente.  ¿Quién puede decidir quién vive y quién muere?  Difícil responder, pero un hecho sí es real y es que los asesinos sí deciden por la vida de sus víctimas.  La recta razón de la que hablaba Platón, las buenas leyes, la conciencia moral, la ética y la lógica deberían orientarnos –si de decidir se trata- a la defensa de toda vida decente y pacífica, porque hacerlo al revés denotaría un retorcimiento de valores y fundamentos lógicos para la sobrevivencia, en los que ya cayó el mundo al defender la patología ferozmente, y quien no esté de acuerdo “fomenta el odio”, pero se ve morir a inocentes en manos de criminales y se tolera.

“El delito es un comportamiento humano voluntario”, lo decía Ernst Von Beling,  jurista alemán que hizo grandes aportes a la ciencia penal. Aquí estriba un punto relevante, cual es la intención de un acto… (Continuará).