Columnas

Corrupción: podemos superarla

Toco este tema de gran interés, porque  para muchos países la corrupción a nivel público se considera el mayor obstáculo para su desarrollo; cuando algunos, desde el poder, en lugar de conducir a los ciudadanos a la prosperidad se aprovechan injustamente para lograr su propio bien, en perjuicio de quienes los pusieron  allí para el bienestar de todos. Un mal tristemente globalizado, que reta a la inteligencia a estudiarlo en sus causas y sus efectos. Buscar remedios –que si los hay-, y partir, bien convencidos, de que la corrupción es dañina para todos.

Por ejemplo, en China las reformas económicas provocaron una carrera hacia el enriquecimiento, a menudo sin el respeto a las reglas. Los sobornos, la transformación de terrenos agrícolas expulsando a los campesinos, la explotación de trabajadores sin sindicatos que los defiendan… son prácticas que se han extendido. Por ello el gobierno chino difundió unas máximas de «ocho glorias y ocho vergüenzas», que quieren ser un antídoto contra el clima de corrupción. Para nosotros, en nuestros países, es reforzar los valores tradicionales de nuestra cultura.

Además, punto importante es que el tema de la corrupción reta a nuestra voluntad de hacer el bien cara a los demás y a las generaciones futuras. Y todos –basta de quejas- debemos ayudar a combatirla: las personas individuales, las organizaciones nacionales e internacionales.

Aunque  hay un factor que no suele contemplarse y que no debe ocultarse: es que para fortalecer las instituciones, hay que huir de planteamientos pesimistas, de un «pesimismo nacional», que  plantea que «vamos de mal en peor», que somos «un país que sepulta la esperanza», de donde muchos se van para «nunca volver»… : frases tomadas de comentarios publicados sobre el tema. Estos planteamientos pesimistas –aunque partan de datos reales – llevan fácilmente a dejar el campo libre precisamente a los corruptos. Como alguien comentaba, peor andaban en Chicago cuando las mafias de Al Capone… y lograron superarlo.

La corrupción reclama también a nuestra voluntad para hacer el bien y a nuestra responsabilidad hacia las generaciones presentes y futuras. Todos, cada uno con su parte de responsabilidad, deben dar su aportación: individuos, entes organizados, instituciones nacionales, organizaciones internacionales. Hay que seguir reconstruyendo nuestras instituciones, también señalar a los corruptos y nunca transigir con planteamientos de corrupción a ningún nivel.

Y también tema importante,  alguien señalaba que esto afecta también a quienes vienen a ayudarnos –e incluía a personas e instituciones que debieran centrarse  en fortalecer las instituciones del Estado debilitados por la corrupción: que sean ellos los que actúen: enseñar y forzar a las instituciones estatales a hacer lo que deben, sabiendo hacer y desaparecer ellos ante la opinión pública: renunciar al estrellato personal, a la mentalidad de pasarela. Esto es lo verdaderamente eficaz y permanente para el país.