Columnas

La herencia negativa del narcotráfico

El tema del narcotráfico es ineludible de abordar por las implicaciones que genera. Guatemala es uno de los países de tránsito de drogas principalmente hacia Estados Unidos. Este tráfico ilegal ha dejado muchos muertos en nuestro país, pero a pesar de todo el clima de violencia que genera, es una actividad que parece ser aceptada por gran parte de la población.

Desde este punto de vista, se puede decir que el mercado de la droga tiene una cara con muchas aristas. La primera, que es una actividad ilegal que genera grandes capitales; la segunda, muchas personas están dispuestas a matar y morirse por esa renta; la tercera, este fenómeno ha provocado una patología social en la que se le hace culto a la violencia y al dinero fácil, y la cuarta, que ha deslegitimado en muchos países la actuación del Estado.

La narcoliteratura genera una serie de historias que abordan el fenómeno del narcotráfico, también ha traído series televisivas como el Patrón del mal, Narcos, etc., que se basan en hechos reales y ficticios del fenómeno de Pablo Escobar en Colombia. Esta literatura, a pesar que se critique por ser una apología del crimen, no se debe ignorar porque nos permite hacer comparaciones y entender qué tan colombializados estamos en relación con la Colombia de los años 80 y que tanto el problema del narco nos ha absorbido como sociedad.

Es importante comprender lo que provocó el narcotráfico en la sociedad y el Estado colombiano, porque a pesar que su presencia indujo a una guerra entre el Cártel de Medellín y ese Estado, generando secuestros, asesinatos, extorsiones y ataques terroristas llevando a la muerte de jueces, magistrados, ministros, militares, etc., a algunos ciudadanos colombianos parecía no importarles, veían con indiferencia y tolerancia la violencia y habitualmente solían apoyar y proteger a los gestores de ese negocio, tratándolos como héroes. Como ejemplo está el multitudinario sepelio de Pablo Escobar, que ahora ya muerto, se le adora como a un santo.

Esa complicidad y tolerancia que ese país tuvo con el narcotráfico le ha salido caro, pues le ha generado una herencia negativa, porque junto a otros problemas estructurales, lo ha inmerso en una larga tradición de violencia que ha sido difícil de anular y a sus ciudadanos lamentablemente los ha estigmatizado a nivel mundial como «narcos».

Sin lugar a dudas, la figura de Pablo Escobar, transformó para mal la cultura colombiana a una “traqueta” (nombre derivado del sonido de la ametralladora: tra, tra, tra) en la que “ahora se bendice la corrupción, el robo, el despojo, el enriquecimiento, el nepotismo, y se enaltecen como héroes y salvadores de la patria a los asesinos de cuello blanco y a sus sicarios y, al mismo tiempo, se fomenta el odio, el espíritu guerrerista, el clasismo, y se adora a los “nuevos héroes” de la muerte”. Ejemplo que demuestra esta paradoja, es Jhon Jairo Velásquez, más conocido como Popeye y uno de los más grandes sicarios del Cartel de Medellín, ahora que se encuentra en libertad es tratado como celebridad en los lugares que frecuenta y con más de 450,000 suscriptores en su canal de You Tube.

Sin embargo, esos patrones culturales que dieron origen al nacimiento de estructuras mafiosas que todo lo premian, ha dado lugar al surgimiento de un nuevo pensamiento colectivo de apego a la violencia, al dinero fácil, al machismo, a la discriminación, al racismo, a la desigualdad, con el agravante que se han extendido a casi toda Latinoamérica. Existen muchas historias debidamente documentadas y conocidas en cada país que así lo comprueban.

Pero el problema del narco ha transformado lo social y a los Estados. Vemos que el crimen organizado ha logrado infiltrar, cooptar y capturar a ambos, lo que ha dado como producto nuevas formas de la criminalidad, con métodos, formas de organización, agentes y actividades múltiples y de variada naturaleza, que provoca una criminalidad compleja con profunda relación sistémica entre lo económico, político, social y cultural.

El narcotráfico ha traído una cultura en la cual se asocia el camino de la ilegalidad con el éxito, y como resultado visible de la industria del narcotráfico se ha convertido en la metáfora de la desestructuración social y moral que se vive. Se puede observar como las sociedades y gobiernos no tienen problema en hacerse de la vista gorda mientras se benefician del dinero del tráfico ilícito de drogas.

Este conflicto de interés, seguramente ha provocado que el fenómeno cultural se expanda, a tal punto de perderse los valores humanos debido a la corrupción y a la avidez del dinero que trae como consecuencia la deslegitimación del accionar del Estado, que más parece un delincuente que una organización política, dotada de poder soberano e independiente.

No dejemos que la cultura del narcotráfico ocupe un espacio en nuestras vidas, digamos no más a la ilegalidad, al insulto, porque ya hemos tenido tristes ejemplos de su herencia negativa en otros países, entre ellos Colombia y México, que nos han acreditado que mientras se penetra, infiltra, coopta o captura a la sociedad y al Estado, las estructuras se perpetúan y producen metamorfosis sociales más difíciles de erradicar.

TEXTO PARA COLUMNISTA

Mireya Batún Betancourt

Abogada, Notaria y Licenciada en Ciencias Jurídicas y Sociales, postgrado en Criminología, especialista en ejecución penal con estudios en Doctorados de Ciencias Penales y Derecho Constitucional Internacional.

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