Columnas

A quienes nos gobiernan

“Una crisis política es cualquier situación conflictiva que genera inestabilidad e incertidumbre en un sistema político, influye en las conductas de sus actores y produce costos de distinta índole (materiales, simbólicos, reputaciones, institucionales) y de efectos variados (corto, mediano y largo plazo). Las crisis surgen como eventos o problemas puntuales que no fueron contenidos, encauzados o solucionados total o parcialmente en sus instancias iniciales mediante mecanismos formales o informales, existentes o diseñados ad hoc. El tiempo juega un papel central: cuanto más se demore en detectar y/o reaccionar adecuadamente a una crisis, mayor alcance tendrán sus consecuencias.

Los sistemas políticos estables e institucionalizados tienen recursos suficientes como para reaccionar a estos eventos en estadios tempranos de su desarrollo, aplicando procedimientos estandarizados y limitando las externalidades negativas o efectos tóxicos que podrían producir. Por el contrario, los sistemas políticos como el nuestro (disfuncionales, fragmentados, volátiles) tienen las defensas demasiado bajas para evitar que crisis objetivamente acotadas o puntuales tiendan a escalar, incrementando consecuentemente los costos a pagar y convirtiendo en urgentes cuestiones que podrían y deberían resolverse mucho antes.

Uno de los desafíos más importantes que tienen los gobiernos consiste en identificar eficazmente cuestiones que potencialmente pueden derivar en una crisis. Para eso resulta indispensable aplicar criterios analíticos amplios y flexibles (evitando los sesgos teóricos, ideológicos y/o profesionales) elaborando escenarios contingentes con una visión estratégica y contando con información adecuada tanto en cantidad como en calidad. Si los gobiernos reaccionan y toman decisiones de forma improvisada, sin un método riguroso para evaluar riesgos e impactos, aumentan las probabilidades de que el problema se agrave y pueda convertirse en una crisis de legitimidad, incluso de gobernabilidad. […]

A menudo las crisis tienden a agravarse porque motivan (o son resultado de) disputas internas dentro de un gobierno, en particular cuando involucran agencias estatales que mantienen diferencias por recursos e influencia en una determinada área. Esto obstaculiza una adecuada coordinación e intercambio de información entre las partes. Más aún, cuando varias jurisdicciones son parte de la trama (gobierno nacional, provincias, municipios), o distintos poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo, Judicial), las dificultades para identificar y procesar un conflicto determinado suelen ser tan grandes que fácilmente pueden convertirse en una crisis de significativa importancia. […]

Seguramente la profunda desconfianza entre todas las partes, alimentada por la insensibilidad de un gobierno ajeno y distante, constituya una razón de más importancia. Pero las crisis exponen también lo peor de los sistemas políticos (y de las personas que lo integran): los egoísmos más extremos, las miserias peor disimuladas, el desparpajo para ocultar o mentir si fuera necesario.” (Sergio Berensztein, Anatomía de una crisis política, Perfil.com, 10.09.17).

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