Columnas

Una sociedad pesimista

Alguien comentaba que los problemas comenzaron después del pecado original… Y que la realidad es que cosas malas, problemas públicos… de siempre.

Pero hay algo propio del momento actual: el afán de resaltarlos, favorecido e impulsado por los medios modernos de difusión. Y muchas veces no para aprender o advertir sino por morbosidad.

A ello se refería un artículo de Newsweek con un expresivo subtítulo: Asústate; advirtiendo que utilizar la táctica del miedo es común en la propaganda política. Quien descuida el factor miedo, debería tener listo un discurso de reconocimiento oficial de su derrota, concluía el artículo. Pero comentaba sobre el alto coste de los miedos excesivos: corremos el riesgo de caer en una nueva época de superstición, advierte en el libro “Sustos de Muerte: del Mal de las Vacas Locas al Calentamiento Global: Por qué los Miedos nos están costando la Tierra”.

Es peligro actual. Algún pensador se refería a la falta de esperanza y confianza en la vida que prevalece en la sociedad occidental moderna y la definía como un mal oscuro. Y calificaba el miedo, la falta de esperanza, como el mal de nuestro tiempo. Así lo percibía New York Times en otro artículo clásico sobre el tema: «Chance of Alarm». Demasiados periodistas y científicos -sostenía el artículo- están constantemente a la búsqueda y captura de una nueva catástrofe y originan artículos engañosos que invitan al miedo y al pesimismo.

Esta cultura de resaltar, publicitar, difundir innecesaria y excesivamente lo negativo, contribuye al pesimismo y… a la pereza. Es el precio de querer detenerse en las sombras; en vez de recoger las luces de tantas cosas buenas que hay alrededor nuestro. Y es lo cómodo porque no hay nada que hacer. Como alguien comentaba, estamos dominados por una cultura de la queja, que puede quebrantar nuestra sociedad más que las maras o los terroristas. Es como un suicidio colectivo. E incluía una ingeniosa descripción: un pesimista de los de verdad es aquel que mira una dona y sólo ve el agujero.

Por supuesto que hay problemas. Pero exponerlos detenidamente, como con gozo, al modo que hacen algunos medios de comunicación hace daño a la moral pública. Para muchos, cada vez está más claro que esos publicistas son más peligrosos que la misma violencia o la corrupción, porque facilita una sociedad pesimista, a la que le será muy difícil reaccionar.

Es como un  círculo vicioso: el pesimista –transmisor innecesario de hechos negativos, como feliz de hacerlo- da una buena excusa para no hacer nada contra la violencia, la corrupción, etc.. Cuando se hacen comentarios, aunque sea superficialmente, de cómo éste es un país colapsado, que se muere… se promueve el pesimismo, se hace mucho daño. Hay gente que se le van las ganas de luchar: así se contribuye al colapso de la sociedad.

Hay que esforzarse en ver el lado positivo de las cosas., que hay muchas. Lo contrario es socialmente suicida, además de injusto.

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