Columnas

Nunca es tarde

En celebración del Día del Abogado les comparto estos pensamientos del jurista italiano Francesco Carnelutti (1879-1965), autor –entre otras obras—de La prueba civil, Lecciones de Derecho Procesal Civil, Estudios de derecho procesal, Sistema de derecho procesal, Metodología del derecho y Cómo nace el derecho. Los escogí atendiendo la realidad que hoy vive Guatemala. Su fuente es la excelente publicación legis.pe (mayo 15, 2016).

  • El nombre mismo del abogado suena como un grito de ayuda. Advocatus, vocatus ad, llamado a socorrer. También el médico es llamado a socorrer; pero si solamente al abogado se le da este nombre, quiere decir que entre la prestación del médico y la prestación del abogado existe una diferencia, la cual, no advertida por el derecho, es sin embargo, descubierta por la exquisita intuición del lenguaje. Abogado es aquel al cual se pide, en primer término la forma esencial de la ayuda, que es, propiamente, la amistad.
  • No os dejéis, ante todo, seducir por el mito del legislador. Más bien, pensad en el juez, que es verdaderamente la figura central del derecho. Un ordenamiento jurídico se puede concebir sin leyes, pero no sin jueces.
  • Es bastante más preferible para un pueblo tener malas leyes con buenos jueces, que malos jueces con buenas leyes.
  • No llegaré hasta el extremo de aconsejaros que repudiéis el derecho legal, pero tengo la conciencia tranquila al encomendaros que no abuséis, como nosotros, hoy estamos haciendo. Y sobre todo cuidad mucho la dignidad, el prestigio, la libertad del juez, y el no atárselas demasiado en corto las manos. Es el juez, no el legislador quien tiene ante sí al hombre vivo, mientras que el “hombre” del legislador es desgraciadamente una marioneta. Y solo el contacto con el hombre vivo y verdadero, con sus fuerzas y sus debilidades, con sus alegrías y sus sufrimientos, con su bien y su mal, puede inspirar esa visión suprema que es la intuición de la justicia.
  • Aun cuando todas las otras reglas sean escrupulosamente respetadas, la obra del legislador nada vale si no responde a la justicia.
  • La experiencia nos enseña que no son útiles ni duraderas, las leyes injustas: no son útiles, porque no aportan la paz; no duran, porque tarde o temprano, en vez de conducir al orden, desembocan en la revolución.
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