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Léxico Gastronómico

Es fácil olvidar la importancia del lenguaje, más aún cuando estamos acostumbrados a utilizar palabras como “cosa/o” para hablar de algo por falta de definiciones, o utilizar palabras más chapinas como “chunche” que, no me opongo plenamente a ello pero si a sustituir palabras en un nivel profesional por pereza mental de conocer la palabra adecuada.

En la cocina pasa lo mismo y creo que una responsabilidad seria de cualquier cocinero es informarse sobre los nombres adecuados de los ingredientes, las técnicas, las pronunciaciones o incluso bautizar de ser necesario algunas cosas que parecieran carecer de uno (por primera vez comienzo a pensar que una asociación de cocineros podría ser útil).

No creo que sea necesario comenzar a decir hibiscus sabdariffa a la Rosa de Jamaica ni capsicum frutescens o capsicum annum a los chiles, aunque creo que las escuelas de cocina debieran al menos considerarlo como parte de su educación generando una inquietud sobre los orígenes de ciertas plantas o relación que pueda haber entre ellas (passiflora edulis por ejemplo).

Comenzar a involucrarse en el mundo de la ciencia y la cocina simultáneamente impacta en términos de lenguaje, lo que en una cocina acostumbras a llamar una reducción en el laboratorio le llamas concentración; o al hablar de acidez caes en el cuestionamiento si acaso estamos hablando de sabor o de pH. No debemos llegar tan lejos para encontrar confundir el léxico, lo que nosotros llamamos limón en España lo llaman Lima y viceversa, o los frijoles y las alubias.

Estos son ejemplos de confusiones que son tan evidentes que logramos detectar con facilidad, pero hay otras terminologías que al carecer de un significado obvio pretendemos interpretarlas por contexto y erramos profundamente. Estamos dañando el lenguaje de manera irreparable sin siquiera darnos cuenta y olvidamos que existen consecuencias.

El fenómeno “foodie” por ejemplo. Una gran parte de la población se autodenomina foodie, autovalidan sus opiniones sobre la comida con un término desconocido y con bandera ajena determinan el valor (o no) de un restaurante porque “todos tenemos derecho a nuestra opinión”. Luego tenemos la obsesión de los cocineros con autodenominarse: autor, locávoro, tecnoemocional, vanguardia, y la lista sigue.

Mi preocupación primordial es que estamos creando un lenguaje que no sabemos interpretar y tampoco tenemos una remota autoridad sobre nuestra terminología. Estamos creando un lenguaje de una forma primitiva que pareciera la creación de la torre de Babel en la que todos le ponen un nombre a lo que consideran adecuado y nadie más que el ego y sus minions responden a la misma palabra.

En parte defiendo esta postura de creación de un lenguaje común porque creo que esto nos podría unir de alguna forma. Si comenzamos a utilizar siquiera una misma terminología nuestras discusiones podrían ser al menos de contenido y no de interpretación.

Foto: Domestika

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Chef guatemalteco