¿Quién dijo que la guerra sucia terminó?

Los vientos de cambio que soplan desde los Estados Unidos son fuertes. Se perciben con mucha claridad. Así como el Departamento de Estado nos hundió en la grave crisis en la que estamos inmersos desde la caída del gobierno de Otto Pérez Molina, que se puede definir como la más seria de nuestra historia, orillándonos peligrosamente al abismo de la izquierda terrorista,  así también el Departamento de Estado nos debe alejar del precipicio. Una tarea pendiente y de muy corto plazo para Washington.

Cada vez que alguien me comenta entusiasmado acerca del respaldo que las nuevas autoridades de Washington manifiestan a favor del presidente Jimmy Morales, le recuerdo que el 8 de agosto de 1983, el general Efraín Ríos Montt tenía programada una reunión con el presidente Ronald Reagan en un portaviones anclado en aguas guatemaltecas, en las costas del Pacífico.  El general Ríos, y por ende su gobierno, contaba con el apoyo personal del presidente Reagan y sin embargo, ese día fue derrocado.

Tener el respaldo de los Estados Unidos, nos guste o no, es esencial para la estabilidad de un gobierno en Guatemala, pero no lo es todo; la historia lo demuestra. En el orden de sus prioridades, nosotros ocupamos el enésimo lugar, a pesar de ser una frontera vital y sumamente frágil para su seguridad interna, gravemente vulnerada debido a la política socialista de relaciones exteriores del presidente Barck Obama -y por el sello personal que a ella le imprimió el embajador Todd Robinson-, que todavía deja sentir una fuerte inercia en las facciones de extrema izquierda con vínculos terroristas que apoyó aquí, en sociedad con el magnate George Soros.

Está bien que se trabaje en una eficaz labor de lobby en Washington, pero debemos comprender que es aquí en donde se libra la principal batalla entre quienes creemos que el Estado de Derecho es el camino correcto, y quienes desde la izquierda terrorista ven en la captura del Organismo Judicial –con la Corte de Constitucionalidad incluida- un camino abreviado para hacerse con el Poder Ejecutivo, por medio de un golpe de Estado técnico.

La gestión de Jimmy Morales se percibe como un gobierno con muy escasos focos de corrupción, encontrándose esta bajo la responsabilidad de los funcionarios que Morales heredó del embajador Robinson, como Solórzano Foppa y la sempiterna corrupción en las aduanas, o las plazas fantasma de las que se dice goza la premio Nobel en el ministerio de Gobernación, a cargo del también heredado ministro Francisco Rivas, quien tampoco logra erradicar la corrupción en el Sistema Penitenciario, o los hallazgos en la cartera que dejó Lucrecia Hernández Mack.

Es por eso que calificar al de Jimmy Morales como un gobierno corrupto es una propuesta que a la izquierda terrorista no le funciona como alternativa para defenestrarlo. Desafortunadamente, el mandatario sufre una ausencia casi total de carácter, y de ahí el grave error de la izquierda al promover por medio de su cómplice, el colombiano Velásquez, un antejuicio espurio contra Álvaro Arzú, a quien le sobra lo que a Jimmy Morales le falta. Un error afortunado, vale decir, ya que las reacciones de Arzú, desde el primer momento, dispararon aún más su popularidad y debilitaron tremendamente al colombiano, llegando al extremo de ponerlo en una posición ridícula. Otro error del colombiano y sus asociados fue el atropello contra el abogado Moisés Galindo, que desató una ola de indignación por parte de los profesionales del derecho. Ayer se suspendió de nuevo su audiencia de primera declaración hasta el 2 de noviembre, en lo que a todas luces se muestra como un acto de tortura al mantenerlo preso injustamente.

Resultan divertidos los “analistas” en la televisión y la radio –algunos de ellos socios o encubridores de notables corruptos-, con la cara y la voz desencajadas, disparando una serie de extraños nombres de senadores, congresistas y secretarios de Estado, alineándolos como jugadores de futbol, en delirantes movimientos estratégicos que solamente existen en su cabeza afiebrada, después de haber quemado sus naves ante la opinión pública, ubicándose del lado de la izquierda terrorista de la que sus patrones ahora marcan una clara distancia ante la posición del gobierno de Donald Trump.

Hay un claro dejo de desesperación en quienes ven cómo se les resbala de las manos un golpe de Estado, y eso los hace más peligrosos.

Atentos, porque la Guerra Sucia todavía no termina.

TEXTO PARA COLUMNISTA