Columnas

“El corazón de un dictador”

Todo hombre, toda mujer, toda historia sobre la faz de la tierra, tiene su lado «humano». Simplemente, cuando el día termina, todos somos casi iguales, hacemos más o menos las mismas cosas, tenemos más o menos las mismas necesidades emocionales. Detrás de toda persona fuerte, débil, líder, déspota, benefactor, bueno, malo, rico, pobre, todos somos, ni más ni menos, seres humanos sobre la faz de la Tierra. Sujetos de las mismas pasiones y de todo lo que la vida presenta. Una historia que trata otra faceta sobre la vida del fallecido Fidel Castro, quien hoy cumple su primer aniversario de muerte.

Lejos de las consideraciones políticas, económicas y sociales que dejó su paso por este mundo, para unos tan terrorífico y para otros un respiro, que les dejó una vida que ellos ven como más pacífica y con salud y educación aseguradas, existe una historia de vida que me recuerda la fragilidad humana, en tanto que todo el poder, el dinero, la fama pueden irse a la borda por un sentimiento poderoso, para quienes detrás de estas duras máscaras de hierro y de despotismo, incluso, puedan hallar y llegar a tocar las más recónditas fibras de la sensibilidad de los que aparentan una frialdad tan monumental como un glaciar, pero que sin embargo, pueden sucumbir y derretirse como cualquier mortal, al dulce encanto de una mirada o de una conexión de almas, puesto que una necesidad básica de todo ser humano es la de sentirse amado(a) desde la cuna, o antes.

 Marita Lorenz fue una alemana que sobrevivió a un campo de concentración durante la II Guerra Mundial, hija del capitán de un moderno barco y que fue contratada años después por la CIA para poner veneno en el café de Castro, acción que nunca se atrevió a consumar, alegando en su defensa que había fallado de manera involuntaria.  Tenía 20 años cuando lo conoció; él, 33 y ya un líder de la Revolución.  El barco encalló en La Habana y fue entonces cuando Fidel subió a visitar la embarcación en un proceso rutinario, y con la espontaneidad de la juventud y lo que imagino como el vigoroso y risueño sobresalto de quien mira a su artista más admirado o a su sueño de amor platónico, ella felizmente le mostró su camarote, en cuya puerta Fidel le dio su primer beso.  

Su romance continuó cuando Fidel, encandilado, la hizo volver y la convirtió en su secretaria, y el desenlace de su fallida relación dio como resultado un embarazo que según se dice “se perdió accidentalmente” aunque algunos escritos lo atribuyen a un rápido secuestro de adversarios quienes la drogaron y luego le hicieron creer que había perdido.  Posteriormente, fue reclutada por la CIA, convirtiéndose así en uno de los más grandes peligros para el militar cubano.   Para los que queden intrigados por conocer el final de esta historia -que pudo cambiar su rumbo, de haberse consumado el envenenamiento de Castro por su novia, Marita-  les invito a leer una extensa cantidad de materiales acerca del triángulo amoroso entre ella, su amado y los adversarios, lo que pone al descubierto cómo ese misterioso halo llamado amor puede cambiar a las personas, cómo detrás de la más dura imagen y caracterización de fuerza, poder y dominio, siempre hay un umbral que, por pequeño que sea, permite el paso de la luz.  Si todos necesitamos sentirnos amados desde la cuna o antes, si ese toque cálido de humanidad y afecto hubiese tocado antes al militar, ¿habría cambiado la historia?  ¿Cuántos tiranos y dictadores habrían actuado diferente si hubiesen conocido un buen amor?   

Marita aún vive y estoy segura que: “Nadie escoge su amor, nadie el momento, ni el sitio, ni la edad, ni la persona (autor desconocido)”.  

20170829 Autor de columna