¿Debe existir Israel?
Esta es quizá una de las preguntas que más polémica genera en un debate de sobre mesa, en un foro universitario o en cualquier lugar. Sin embargo, dado que se cumplen 70 años de la Resolución 181 de Naciones Unidas (la resolución que llevó a cabo la partición de la Palestina del Mandato Británico) es inevitable hacer la pregunta. Claro, hago la pregunta con toda la información disponible luego de 70 años.
¿Valió la pena la creación de un Estado étnico (con un grupo mayoritario diferente al de sus vecinos regionales) y con un sistema de gobierno distinto al de sus vecinos regionales (aunque la separación Religión-Estado no es tan clara en Israel)? No cabe duda que en términos geopolíticos, la creación del Estado hebreo terminó por hacer aún más volátil el Oriente Próximo. Sin embargo, a pesar de los pesares, la decisión final que terminó creando el Estado hebreo fue una decisión moral, justa y una decisión basada sobre los básicos principios de derecho humanitario.
Decir las cosas así ayuda a racionalizar el debate en lugar de continuar con la ridícula cantaleta de las profecías bíblicas o la idiotez del derecho divino sobre un montón de piedras. Excepto uno crea que las serpientes hablan, que las vírgenes se embarazan, que los muertos resucitan y el sol gira alrededor de la tierra (cosas que sorprendentemente no suceden en la vida real sino sólo en la ficción bíblica), hay argumentos lógicos y racionales para sustentar la necesaria existencia del Estado de Israel. La creación del Estado hebreo (sin olvidar que el contexto fue una partición territorial para dos pueblos) es una decisión legítima emanada del consenso de Naciones Unidas. Fue un intento de resolver eso que Marx llamó el problema judío, es decir, el judío siempre visto con recelo y como quinta columna de las naciones europeas. Además, los horrores de la maquinaria asesina del nacional-socialismo potenciaron la utopía sionista: O se retorna a la ´tierra histórica´ o se corre el riesgo de desaparecer en su totalidad.
Aquí está quizá, el elemento esencial para otorgar una repuesta categórica a la pregunta inicial del artículo (¿Debe Israel existir?). En efecto. Debe existir. Si no existiese, la barbarie bruta del anti-semitismo hubiera tenido su anhelada victoria. ¿Hay legitimidad para que el moderno Estado hebreo exista en la misma territorialidad donde estuvo el bíblico reino de Israel? Aclarando que el Israel actual (democrático y parlamentario) no es lo mismo que el bíblico Israel (monárquico y teocrático), excepto uno quiera negar la abundante evidencia arqueológica, la conexión existe. No cabe duda que el hecho de haber restaurado el hebreo cual lengua muerta a una lengua moderna, que se escucha en Eurovisión, que recibió el Nóbel de literatura (Shmuel Yosef Czaczkes 1966) y es hablada por ocho millones de personas que la entienden cómo lengua materna es la mayor derrota que el anti-semitismo pudo haber sufrido. Si una lengua vive, la nación está viva. Israel (guste o no) está aquí para quedarse. No hay forma de ´lanzar al mar´ a ocho millones de personas que se entienden cómo israelíes y han construido sobre esa base su identidad.
La historia de la creación del Estado hebreo nos enseña (entre otras cosas) que el reclamo por un hogar nacional, consolidado sobre un derecho histórico para pueblo histórico puede ser un reclamo a tomar en cuenta.
Dicho sea de paso, la experiencia de Israel puede bien ser la base para las ambiciones de otras naciones que carecen de territorio histórico. A decir, vascos, catalanes, los mismos pueblos mayas o, los mismos palestinos.
Y aquí a muchos ya no les gusta el argumento del derecho histórico sobre una tierra histórica.