Lo redituable del crimen organizado

Mafias con redes en todos los continentes operan en este siglo y sus ganancias anuales rebasan los 2 billones de dólares; en virtud del tráfico y esclavización de personas, la extorsión y manipulación ilegal de dinero, el trasiego de bienes patrimoniales y productos ilícitos, así como de otras actividades iligales.

La telaraña del crimen organizado desconoce fronteras. Su único afán es asegurar ingresos y poder, aunque para ello tenga que cortar cabezas. Este desafía el desarrollo y la gobernabilidad democrática, obstaculiza la aplicación efectiva de las leyes, afecta la economía y la seguridad de las empresas privadas y erosiona los sistemas políticos y las instituciones democráticas en casi todas partes del mundo.

Uno de los impactos más graves de esta problemática es la violencia que genera y la forma en que atenta de manera directa o indirecta sobre las personas, cada vez más temerosas de la criminalidad ascendente en sus sociedades.

Justo la violencia permite al crimen organizado eliminar competidores y delimitar su jurisdicción, al mismo tiempo que la corrupción le ayuda a burlar al aparato Legislativo y a los aplicadores de justicia en su contra.

Múltiples son las alusiones en los medios de comunicación al flagelo, sin que a los receptores de estos mensajes les quede clara la real dimensión de una de las industrias más expandida, redituable y exitosa del siglo XXI.

La escasez de estadísticas precisas distingue a los análisis de la problemática, en gran medida por la reticencia de los gobiernos a admitir que tales delitos los afectan, aunque varias investigaciones arrojan cierta luz.

Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, el comercio ilegal del crimen organizado suma ganancias anuales de más de 2 billones de dólares, o sea, 3.6% de todo lo que produce y consume el mundo en un año. Sin embargo, para el Foro Económico Mundial la cifra apenas rebasa el billón, aunque debe considerarse el atraso en esta última estimación, basada en una investigación del Global Financial Integrity (GFI) de 2011.

Pese al tiempo transcurrido, el estudio del GFI visualizó 12 actividades que aún deben considerarse como manifestaciones de este flagelo y dejó los totales aproximados que estas generan cada año. Entre ellas destacó, por orden consecutivo: el narcotráfico (320 mil millones de dólares), la falsificación (250 mil millones), el tráfico humano (31,600 millones), el ilegal de petróleo (10,800 millones) y el de vida salvaje (10 mil millones).

Mas, al añadir otras actividades ilícitas que también generan enormes dividendos -como el tráfico de órganos, el lavado de dinero, o la venta de obras de arte patrimoniales- y considerar el enorme grado de hermetismo en que estas suceden por estar criminalizadas en casi todos los territorios, tales estadísticas quedarían muy por debajo de la realidad.

Solo las bandas multinacionales dedicadas al tráfico de personas reclutan a sus víctimas -sobre todo mujeres e infantes para la explotación sexual o laboral- en 127 países y las trasladan a través de otros 98, consideradas naciones de tránsito, hacia 137 clasificados como destinos finales.

Albania, Bielorrusia, Bulgaria, China, Lituania, Nigeria, Moldavia, Rumania, la Federación Rusa, Tailandia y Ucrania, aparecen como los principales centros de origen de las víctimas y sin lugar a duda, estas suman millones cada año.

Mientras, Brasil, Colombia, México, Guatemala y otros, destacan por el elevado número de seres humanos captados para ser explotados de estas y otras maneras en países aventajados en el orden económico: Bélgica, Alemania, Grecia, Israel, Italia, Japón, Países Bajos, Turquía y Estados Unidos.

Casi al unísono, marchan a través de enormes redes los mercados subterráneos enfocados en el tráfico de drogas y armas, en los secuestros, las extorsiones, los juegos ilegales, el contrabando de obras patrimoniales u otros.

Tal fue la magnitud alcanzada por estos negocios turbios y por la criminalidad en el actuar de las mafias dedicadas a ellos, que los Estados del orbe reconocieron al crimen organizado como un fenómeno global y adoptaron varios acuerdos tendentes a combatirlo de manera coordinada. 

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[/media-credit] La OMS calcula que el 10% de los trasplantes se pagan con miles de euros.
APROXIMACIÓN A UN CONCEPTO

No obstante, una de las trabas por superar en este esfuerzo es la asunción de un concepto universal capaz de abarcar la problemática, más allá del discurso político o mediático, que casi siempre lo desfigura o reduce a algunas de sus facetas.

Desde inicios del siglo pasado el estadounidense John Landesco procuró acercarse al tema y sus estudios relativos a la delincuencia sin frenos, derivada de la famosa guerra de los gangs en 1924, le llevaron a afirmar que el crimen organizado era una suerte de conspiración criminal permanente, con una estructura bien ordenada y motivaciones económicas.

Los resultados de esa pesquisa, auspiciada por la Asociación por la justicia criminal, quedaron recogidos en el texto Organized Crime in Chicago (1929), antesala de otras evaluaciones cualitativas de marcado renombre, como la recogida en The Ghetoo, obra de Louis Wirth (1928).

Al margen de estos intentos, otros especialistas insisten en que los problemas de acceso a fuentes directas vinculadas al objeto de estudio y cierto desdén académico por las pasiones populares están en el sustrato de la escasez de estudios sobre el crimen organizado y también en la carencia de un aparato teórico importante al respecto.

“La naturaleza ilegal y altamente secreta del fenómeno implica enormes dificultades para la obtención de información de primera mano sobre su funcionamiento y complicaciones para la realización del trabajo de campo”, explicó Carlos Resa Nestares y aludió a autores como Donald Cressey que, con base en esa realidad, se niegan a dar una definición por las dificultades para capturar una forma social con tantas aristas dentro de un marco estrecho.

Para Joseph Albini, “no hay duda de que gran parte del material escrito en el ámbito del crimen organizado está muy lejos de ser académico por naturaleza, cayendo con demasiada frecuencia en un estilo periodístico y sensacionalista de escribir en el que la documentación de fuentes está ausente o bajo mínimos. A menudo estos escritos están abarrotados de valores cuyo resultado es la distorsión total de los hechos y, en muchos casos, la creación de disparates”.

Por oposición a esto, tanto Albini como Jeffrey McIllwain concordaron en que “el crimen organizado es una forma de actividad criminal en un sistema social conformado por una red (o redes) social centralizada o descentralizada de por lo menos tres actores involucrados en una empresa criminal en proceso, cuyo tamaño, alcance, liderazgo y estructura de la red están determinados por la meta última de la empresa misma (es decir, cómo se organiza el crimen)”.

Esta meta, añadieron, aprovecha las oportunidades generadas por leyes, regulaciones y costumbres y tradiciones sociales, buscando beneficio financiero o la obtención de alguna forma de poder que tenga efectos en el cambio o la movilidad sociales mediante el aprovechamiento y la negociación del capital social, político y económico de las redes.

“Los integrantes de la red pueden venir del mundo del hampa o de la alta sociedad”, alertaron y precisaron que “en ciertas formas, se emplean la fuerza o el fraude para explotar o extorsionar a las víctimas, mientras que en otras los miembros de la red proveen bienes y servicios ilícitos a clientes del mercado, donde suele permitirse dicha actividad mediante el establecimiento de prácticas que promueven la conformidad o la aquiescencia de funcionarios corruptos de los sectores público y privado, quienes reciben su remuneración en la forma de favores políticos o en la forma de contraprestaciones directas o indirectas”.

Estos aportes de los estudios sociológicos y desde otras disciplinas nutrieron la definición que finalmente adoptó la Convención de Palermo de la Organización de las Naciones Unidas, según la cual un grupo delictivo organizado es un “un grupo estructurado de tres o más personas que existe durante cierto tiempo y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos tipificados con arreglo a la presente Convención con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material”.

El concepto manejado por esa dependencia del mecanismo multilateral es a fin de cuentas la que rige desde el punto de vista jurídico los análisis de estos temas, pero para el criminólogo estadounidense Howard Abandinsky vale la pena no perder de vista el carácter sistémico de la empresa criminal, porque carece de contenido ideológico e involucra a un conjunto de personas en cercana interacción social, sobre una base jerárquica definida.

La búsqueda de ganancias y de poder está en el sustrato de las acciones desplegadas por estas redes criminales, las cuales desafían a la institucionalidad en la constante competencia por imponer su hegemonía en un territorio marcado y apelan a la violencia como método para sostenerse, argumentó.

Mientras, otros autores persisten en contemplar la perversidad que signa la actuación de estas bandas, siempre empeñadas en sacar ventajas de las vulnerabilidades provocadas por la pobreza, que a su vez profundizan. La violencia, el crimen y sus actividades relacionadas, inhiben el desarrollo sostenible y constituyen una flagrante violación a los derechos emparentados con la condición humana, añaden.

Visto de una manera u otra, es un hecho que el crimen organizado contempla múltiples actos ilícitos y en su mayoría, perversos. Empero, lo más doloroso de este fenómeno es la explotación de la condición humana, o sea, el aprovechamiento de las personas como simples mercancías capaces de generar dinero a partir de sus acciones y de sus propios cuerpos.

La Organización Internacional del Trabajo refiere que solo en América Latina y el Caribe, más de 2 millones de niñas y niños de 5 a 17 años, están bajo el dominio de los cabecillas de redes de tratas. En tanto la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación considera que en distintas partes del mundo trabajan en el campo, en condiciones de esclavitud o semiesclavitud, 132 millones de menores de edad, unos 20 millones de ellos en esta región.

Como si fuera poco, fuentes diversas concuerdan en que grupos criminales reabrieron las rutas más productivas en tiempos de la esclavitud histórica y aplican métodos similares a los de sus antecesores, como marcar con hierro candente el cuerpo, violar y hasta castrar a las personas capturadas para sus fines.

Es harto conocido también que infantes y adultos de muchos países en desventaja económica o en situaciones extremas de conflictividad -por guerras, pandillas o de otros tipo- tampoco escapan de la amenaza del tráfico de órganos, jugoso negocio que mata a miles en todas partes y cuenta con la complicidad de supuestos profesionales de la medicina deseosos de ganar, sin reparar en la procedencia de riñones, ojos, corazones, hígados y pulmones para trasplantes.

Esta problemática suele estar ligada a la trata de personas y a la prostitución, destino final de muchas y muchos que soñaron en sus países pobres con mejoras económicas y acabaron sus días en otros como servidores sexuales obligados, esclavizados por deudas o convertidos en criminales.

No obstante, lo novedosas que pueden parecer algunas de estas y otras manifestaciones del crimen organizado, está comprobado históricamente que este no es un fenómeno nuevo.

El saqueo y la violencia contra personas y poderes establecidos fueron aplicados por muchos, de manera independiente o con la venia de los gobernantes, antes y después de nuestra era. Solo que los nudos de esta telaraña se fortalecieron y redoblaron su poder frente a los Estados con el avance de la globalización.

Como consecuencia, el crimen organizado opera ahora a escala mundial, posee conexiones transnacionales extensivas y la capacidad de retar a autoridades nacionales e internacionales, por lo que la lucha contra él obliga a sumar fuerzas sin reparar en prejuicios de cualquier naturaleza.

Isabel Soto Mayedo

Periodista e historiadora, con experiencias como corresponsal en Bolivia, Nicaragua y Guatemala. Premio Iberoamericano de Ensayo sobre las Libertades Laicas (México, 2010), Premio Margot Rosezensweig de Poesía de la Academia Mexicana de Literatura Moderna (México, 2003), Premio de Mini-cuentos de la Editorial Generaco Ltda. (Brasil, 2011); e Investigadora invitada del Departamento Ecuménico de Investigaciones (Costa Rica, 2005), de El Colegio de México (2007), y de la Universidad Nacional Autónoma de Managua (Nicaragua, 2013).