Columnas

Un nuevo recorrido

Faltan pocas horas para concluir un año más en nuestro calendario.  He leído una buena cantidad de artículos en la última semana, que nos exhortan a realizar una lista de propósitos o metas para alcanzar en el año que comienza.  Suena bien…

Vamos por la vida creyendo que somos dueños de cada minuto de nuestra existencia y pensamos que ella transcurrirá dándonos como resultado casi siempre aquello para lo cual nos hemos preparado.  Pasé décadas haciendo el ejercicio al final del año: escribir lo mejor, lo peor, lo que anhelaba y cómo lo haría.  Incontables agendas quedaron marcadas con sueños, horarios, metas y propósitos.  Confieso que fue bueno, pues de aquellos años de prisa juvenil, logré muchos de los objetivos que me propuse, aun cuando algunos fueron en más tiempo del previsto.

Hoy, cuando un par de décadas y algo más transcurrieron, me di cuenta que buena parte de las mejores cosas de una vida suceden sin planearlas.  Es gracias a los sinsabores que me sorprendieron como baldes de agua helada, como paredes invisibles con las que me estrellé cuando iba en pleno vuelo y a toda velocidad con olvido de mi condición finita y terrestre, que comprendí que siempre sirve conservar la mirada humilde a la vida y al futuro.

Es bueno planificar, sí lo es.  Es un acto de responsabilidad necesario, pero al mismo tiempo, aprendí que junto a la agenda con planes y metas, parte de mantenerse cuerdo y con la cabeza bien ubicada sobre los hombros es ser primeramente agradecidos por la vida, por la salud y por todas las cosas que damos por hecho siempre estarán allí para nuestra utilidad y servicio, tanto la propia como la de nuestros más amados.

Con vida y un cuerpo sano, mucho se puede hacer, aunque no se tenga todo el recurso.  Estos dos aspectos, considero, son los pilares fundamentales por los cuales estar agradecidos todo el año.  Cada vez que pasemos las hojas del calendario, podemos recordar que todo ha sido posible gracias a ese misterioso aliento de vida, a esa chispa invisible que llena un cuerpo de energía,  movimiento y pensamiento, transformándolo de cuerpo inerte a cuerpo viviente.

Es un regalo diario poder ver los ojos abiertos de nuestros seres amados que aún viven igual que nosotros.  A la inversa, el dolor que nos embarga cuando abrazamos el cuerpo inerte de alguno que ha partido, es indescriptible.

Cada año, vivir conlleva riesgos, en algunas partes más que en otras.  Cada día, por ende, es un regalo, más allá de los planes que para él teníamos.  Como ejemplo, las regiones del Caribe que iniciaron el 2016 con entusiasmo, fueron azotadas por violentos huracanes de magnitud histórica, lo cual cambió la vida de millones de personas.  Algunos terminaron el año viviendo en otros países, otros  quedaron muy lastimados aunque no derribados; desafortunadamente, otros murieron en estas catástrofes. En nuestra vida familiar, también existen estos riesgos, pero siempre queremos ser alegres y optimistas para recibir los próximos 365 días del año.

Puedo decirles que tengo milagros por los cuales agradecer en este período, lo cual me reconforta y me anima a seguir adelante. También tengo una colección de momentos tristes y sinsabores, que son interminables lecciones de humildad.  Los sueños…los sueños siempre están allí y hacen que el camino que queda tenga sentido.

Arriesguémonos, soñemos y realicemos…pero mantengamos la cabeza bien puesta sobre los hombros, sabidos que cada despertar, con todo cuanto de bueno nos rodea, incluyendo el poder ver a nuestro seres más amados con los ojos abiertos, es ya el más grande regalo de vida.  ¡Feliz año nuevo!

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