Columnas

¿Y cómo construir un país?

“La utopía es como el horizonte: está allá lejos. Y yo camino dos pasos y ella se aleja…Y yo camino diez pasos y ella se aleja diez pasos. ¿Para qué sirve?  Sirve para eso, para caminar”. Fernando Birri.

Cada vez que  conversamos con personas inteligentes, sensitivas y creativas, surge entre otras reflexiones, la preocupación por el proyecto de país. De ahí  es interesante examinar  las desavenencias en torno al poder político,  económico,  militar o bien las que se manifiestan en  familia,  iglesia,  escuela. Por ello, al analizar  los alcances de la cohesión social, nos percatamos  que  existe, porque se ha dado a través del mandato, de la ley, la coacción y  la violencia del Estado. Los acuerdos ciudadanos desde  la vía democrática, son hasta hoy, inexistentes.

Las personas a quienes les  pregunto por el futuro de la sociedad guatemalteca, me responden con escepticismo, desgano y frustración. Otros me dicen con  dolor en su corazón ¿de cómo es posible que los individuos que tienen ventajas materiales no se den cuenta de que existen millones que no las tienen? ¿Si esto no les da vergüenza y, por supuesto, si en este marco de cosas es posible la felicidad en Guatemala? La verdad es que frente a estas preguntas sobre la dramática vida en nuestro país, algunos llegan a dudar si vale la pena vivir en este país, y otros, en  su mayoría,  no sólo se esconden cotidianamente de la problemática social, sino  optan por  huir de esta realidad porque lastima y hiere las conciencias en este aquí y en este ahora.

Asimismo, también hay personas que  aún bajo el aguacero de esta fatídica historia, han decidido con ideales de una mejor sociedad, luchar por el  derecho a la utopía. A forjar proyectos humanos en armonía con la naturaleza  y trabajar por ellos. Lo difícil resulta ser  que a cada paso que dan, encuentran a otros, que  no creen en el otro. No respetan al otro, no hay cuidado por el otro. Interesa el yo y sólo el yo, sin percatarse que el yo construye cercos, alambradas, paredes y murallas lo cual desdibuja el rostro de lo que debe ser un buen ciudadano. Porque el yo  crece sin importar el otro.

Bajo este techo que cubre la vida social de los guatemaltecos, resulta difícil la construcción de un proyecto de país. Sin embargo si nos gustaría vivir en  una sociedad ordenada, segura, limpia, sin ruido, con aceras para caminar, con verdes montañas, ríos limpios y lagos hermosos, buenas universidades, educación con calidad y una niñez sana con jóvenes alegres y creativos. Apreciamos lo bueno, pero no nos damos cuenta  que, para alcanzarlo,  los ciudadanos tenemos que  dar algo de sí y superar el egoísmo.

Una de las primeras acciones a tomar en cuenta  en un proyecto de país, consiste en  aplastar y erradicar la corrupción de manera radical porque esta, está presente como un mal que impide tener confianza en el Estado y en la vida política nacional. Es una inmoralidad que no tiene ninguna justificación, solamente llenar los bolsillos de los gobernantes de turno y de  “seudo empresarios” que buscan  dinero fácil corrompiendo a  funcionarios y evadiendo el pago de impuestos que por ley les corresponde.

Ahora bien, la pregunta del millón. ¿Por qué los guatemaltecos nos oponemos y desconfiamos de todo? ¿Existe algún secreto  que nos imposibilite encontrar las formas de querernos a nosotros mismos? Por ejemplo, si algunos descubren las trampas que dificultan los acuerdos comunitarios, es probable que otros las desmientan, y esto se convierte en otra trampa que no nos deja caminar. Habrá entonces que imaginarnos mundos, concebir ideas, encontrar el elixir mágico que nos facilite  trabajar por lo sustantivo y hacer a un lado los nidos de pájaros que obscurecen  el futuro de la vida humana en nuestro país.

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