Columnas

Autoestima y plenitud

Los antiguos griegos sabiamente condujeron su vida sobre la base del ideal de la educación llamado areté. Consistió en primer lugar en la búsqueda de la perfección, porque siempre se aprende algo, de la belleza y de la búsqueda de la trascendencia, o sea, dejar huella.

Esto es lo que hizo a ese pueblo tan grande, que trascendió la historia en tanto que comprendieron que el destino humano se marca por un camino permanente de aprendizaje. Por un dominio y conocimiento de uno mismo. En esta línea de ideas, Maslow (1954) al estudiar a personas autorrealizadas, descubrió que la sensibilidad y frescura para sentir y disfrutar las experiencias más simples de la vida era el secreto de la vida personal. Asimismo Viktor Frankl (1987) se hizo la pregunta ¿Cuál es el sentido de la vida? El sentido de la vida no existe. El sentido de la vida es el que cada quien le quiere dar. O sea lo que se forja en su interior.  

La vida humana, es entonces la vivencia de uno mismo. El descubrimiento de los propios valores de los cuáles Jesucristo afirmó con profundidad El reino de los cielos está dentro de vosotros. Significa que de manera cotidiana nos hemos olvidado de nuestra propia vida. Del poder de la fantasía y de la imaginación. De la creatividad. Del asombro.

El mundo de la trivialidad y del consumo, del trabajo, la oficina, la reunión, han logrado que nos olvidemos de la fuerza de nuestro interior y nos hemos convertido en seres enajenados. Alienados por las circunstancias cotidianas sin parar un momento a pensar, a reflexionar a retomar el aire de la vida para seguir por la brecha de múltiples caminos.

Y este es el sentido de la educación. O sea, alcanzar un nivel de autoestima a partir del aprendizaje, lo cual nos permitiría altos niveles de realización personal. Es el soporte de la seguridad y la confianza, porque viabiliza el camino para potenciar nuestros talentos y formar las competencias. Es la fuerza motriz que nos permite tener visiones constructivas del futuro.

La autoestima es el logro de la plenitud de la sociedad, de la familia, a partir del compromiso de la persona humana con los otros. Es el sentido de identidad y de las necesidades del inconsciente de encontrar el destino propio, tal como lo dijo Gandhi. Es en esencia, superar la injusticia, la maldad, la indiferencia humana, la enfermedad, la miseria, la pobreza que producen tristezas y amarguras y como profetas de la esperanza desde la educación, alcanzar a través de la solidaridad, el pensamiento y la imaginación creadora, la salud mental en la que como ser humano me acepte a mí mismo sin conformismos y pasividad, sino con la visión de un mundo mejor.

La introspección es ese gran momento de volver a las raíces de mi intimidad e identidad personal, lo que constituye esa arquitectura integral de mi yo con los otros en una relación dialéctica enriquecedora. Es un volver e ir. Es lo que abre las ventanas para oxigenar las venas de la vida enajenada de la persona y de la sociedad. Quitar el hollín de las orejas para escuchar la belleza de la vida.