Columnas

Dimensiones de la democracia

Después de la firma de los Acuerdos de Paz, los ciudadanos creímos que a partir de ese momento histórico las cosas iban a cambiar sustantivamente en nuestro país.

Sin embargo, hoy observamos con frustración que en nuestra sociedad se ha profundizado la problemática social, porque en el fondo lo que existe es un concepto formal de democracia que genera relaciones excluyentes.

Vivimos en un territorio que ahora más que nunca, está golpeado por la escasa sabiduría humana. Se observa en pleno siglo xxi, formas salvajes de acumulación de capital al percatarnos que las aguas de los ríos del territorio nacional, sencillamente se desvían  para regar grandes territorios de monocultivos como la caña de azúcar, la palma africana  o bien  para hidroeléctricas privadas. En esos trechos desviados el agua no corre y se muere todo lo vivo: plantas, peces, entre otras dimensiones de esta tragedia nacional.

Es un estilo de democracia donde no se le apuesta a la felicidad, ni a la calidad de vida de los seres humanos, ni de la naturaleza. La ciudadanía no logra encontrar el camino o las vías para convertirse en parte del “poder soberano”, o sea, ser el sujeto central de la vida democrática de esta República que llamamos Guatemala.

Ciertamente existen  algunas acciones de carácter reivindicativas de grupos sociales específicos,  como sindicatos, organizaciones civiles o movimientos campesinos, estudiantiles y ambientalistas. Así como ideas que circulan expresadas por intelectuales independientes sugiriendo alternativas para evitar que  nos hundamos aún más, en el fango de la desconfianza,  de la pereza mental, de la anomia. O bien  la constante lucha que hacen articulistas de medios de comunicación, algunas instancias y grupos organizados para atajar la corrupción que nos tiene atrapados como sociedad  frente a  un Estado coptado desde hace mucho tiempo, por grupos de presión que pugnan por diversos intereses para quienes generar incertidumbre y anarquía, es su razón de ser para convertirse en “pequeños reyezuelos” apoderados de espacios públicos, políticos y territoriales.

Hasta hoy no vemos en la llamada democracia que vivimos,  que   se respeten los derechos ciudadanos, tales como  el “derecho a elegir y ser electo”, a superar la tiranía de la partidocracia que juega oscuramente bajo el imperio de la impunidad y a espaldas del pueblo que fue quien los eligió como garantes de sus intereses, así como al respeto de la “separación de los poderes”, o bien el derecho a   la salud, a la educación, el respeto de las ideas, a la seguridad, a la vivienda, al trabajo, a la libertad de profesar diferentes credos religiosos, a la superación de la discriminación y exclusión social. A una alimentación adecuada, a la recreación y el deporte. A la dignificación concreta de las diversas culturas que pueblan nuestro territorio. O sea, a la  felicidad y bienestar espiritual y material.

En el campo se evidencia pobreza, ausencias, lejanía, desnutrición, falta de apoyo tecnológico para los campesinos y en la ciudad, además de la pobreza, desorden e inseguridad ciudadana. Ante este cuadro, ninguna persona consciente puede afirmar que  han cambiado los dramáticos cuadros de pobreza, por los de bienestar.

Significa que en Guatemala hasta el día de hoy, la democracia es una abstracción y una acción política electoral; pero no ha existido un proyecto de cómo construirla porque no se   visualizan  políticas ni acciones reales y significativas  del Estado en torno a la salud, a la educación, a la seguridad ciudadana, a la justicia, ni mucho menos a una economía de equilibrio social.

En ese sentido, a fin de lograr que nuestro país sea un país de verdad, debemos superar la dramática condición de una niñez desnutrida, en el  que nuestros jóvenes puedan estudiar, trabajar, soñar y  ser felices. Para esto, requerimos  al menos una inversión social de tres décadas que superen más de un siglo de ausencias que viabilice el camino que nos permita   construir un Estado de bienestar ciudadano, incluyente y democrático.