No todo está perdido
De toda crisis hay que saber salir con el menor daño posible, y en tanto ésta haya afectado a muchas más personas, tanta más cautela será precisa para no terminar de matar a nuestra enferma Guatemala.
Seguimos siendo 16 millones de habitantes deseosos de trabajar, comprendidos en las edades más productivas de la vida, y aunque nuestros paisajes son hermosos pero no podemos vivir de esas postales, aún tenemos un suelo agradecido y fecundo, en el que mayormente florece todo cuanto se plante; también tenemos el privilegio de no estar sufriendo una guerra militar ni civil (aunque el ambiente está polarizado por opiniones); aún estamos vivos y el futuro todavía se puede cambiar: no todo está perdido.
Cada cual es responsable de lo que hace, pero también de lo que no hace, de lo que no defiende y de lo que calla. Por los actos ajenos, otros son quienes deben afrontar las consecuencias y no sólo de sus actos personales, sino de las consecuencias que éstos han generado a nuestra nación, quién sabe por cuántas décadas. Para estos menesteres, con el pago de los impuestos de los tributarios, se alimentan juzgados, tribunales y cortes de Justicia en los que los ciudadanos comunes hemos depositado la responsabilidad y el deber de enderezar el camino de nuestro país. No nos queda sino primeramente, ser consecuentes nosotros mismos y ver hacia adentro de nuestra vida, lo que está bien y lo que no, remediar todo lo que se pueda reparar (daños a terceros que hayamos causado injustamente con voluntad o sin ella) y estando seguros de que nuestra casa está limpia, pronunciarnos según nuestros principios, para luego, ser atentos observadores de lo que se dispone en las más altas Cortes de nuestro país.
Sobre el cisma gigante de esta semana –que para muchos de nosotros no fue noticia nueva-, algunos columnistas se pronunciaron con abierta intención de “solapar” los acontecimientos, algo que considero un error, puesto que la ciudadanía ya no es ingenua, y casi todo está ya sobre la mesa. Más les valdría planificar otros empleos futuros (esto, para quienes llegaron a puestos de gobierno con encargos de conseguir privilegios para sectores muy específicos en distintas dependencias del Estado) pues Jimmy Morales es el mejor ejemplo de que “mal paga el diablo a quien bien le sirve”, no digamos el General Otto Pérez Molina, y demás personajes.
Visto con plena libertad y desapasionadamente, creo que esta enorme estructura de impunidades y entramado de economía artificial (en bonanza para pocos y cuesta arriba para el resto de la nación, en general) tenía que estallar algún día, porque el cielo se desangra viendo las injusticias como lo son los ejemplos que hace varios meses traje a este espacio en anteriores artículos, como lo son: Doña María, la anciana de 85 años que aún pide limosna en las calles para poder sobrevivir día a día, y Doña Katy, quien tortilla a tortilla pagó sus estudios para convertirse en licenciada en pedagogía, pero quien aún con todo lo que ha trabajado durante su vida (de domingo a domingo, de 7 a.m. a 10 p.m.), todavía no puede gozar de un seguro social (mucho menos privado) ni de estabilidad en lo más básico. El día que no trabaja, no come. Esto no puede seguir así: tenemos que reconstruir un sistema que cambie la cruda y podrida realidad por la que tanto guatemalteco huye y migra ilegalmente pensando que aún la muerte es más digna que quedarse aquí de brazos cruzados.
Pase lo que pase, todavía se necesita crear nuevas fuentes de empleo digno. No lo perdamos de vista. Quedan empresas multinacionales que podrían venir a Guatemala —capital nuevo y limpio— si tan sólo el clima social y político mejora. Ciertamente, hay cólera, decepción y desconfianza ¡totalmente! pero no podemos prenderle fuego a todo el país; esta es la gran tarea de quienes son las figuras protagonistas de las noticias de hoy: Aplicar la “recta justicia” –y aquí, recordar que existe un principio básico para todo Estado de Derecho, como lo es la “igualdad ante la ley”; esto es, ser consecuentes con lo actuado, y regresar todo a su lugar, al día en que en Guatemala todavía se podía soñar con un futuro mejor y, al mismo tiempo, trabajar dignamente por él para alcanzarlo con decencia.
Aprovechemos esta crisis para reconstruirnos como el país que ya nos merecemos.