Editoriales

El discurso de odio como práctica social

Sorprende y entristece el avance del discurso de odio. Su radical intolerancia frente al otro, frente a lo otro, es característica de los fanatismos de la identidad, ya sea religiosa, racial, nacional, ideológica. Pero su hábitat preferido no es la fe sino la mala fe. Sus armas son muy conocidas, y pueden ser letales.

Ante todo, la mentira y la calumnia, cuyo deleznable profeta fue Goebbels: «una mentira repetida mil veces se convertirá en verdad». No sólo las redes suelen incurrir en ese vicio: también lo propician los diarios y los medios cuando, convertidos en modernos tribunales de la Santa Inquisición, emiten veredictos condenatorios de hechos o procesos sobre la base de opiniones o declaraciones parciales, no representativas ni suficientemente cotejadas; o cuando practican el Character Assassination basado en testimonios aislados, unilaterales (y hasta anónimos) sin respetar siquiera la máxima fundamental del derecho: la carga de la prueba recae en el acusador, no en el acusado.

Además de la mentira y la calumnia, el discurso del odio dispone de un variado herramental de distorsión. Está, por ejemplo, el «doble rasero» para juzgar los hechos, tan antiguo como el Evangelio, que ya advierte contra quienes, por ver la paja en el ojo ajeno, olvidan la viga en el propio. Está también la «homologación» de hechos no homologables, o la amalgama de hechos que nada tienen que ver entre sí. Están a la mano -omnipresentes, rotundas y tan fáciles- las teorías de la conspiración, que en 140 caracteres explican el mundo por la acción vasta y oscura de «los malos». Está el reduccionismo ramplón, las cortinas de humo para ocultar la verdad, las burdas simplificaciones, las exageraciones absurdas, el victimismo paranoico, el siempre tentador maniqueísmo, el ataque ad hominem. Y el público, ávido de sangre y escándalo, engulle lo que le den.

En el país del Realismo Mágico, es lamentable que la muerte de uno de sus mejores hijos como lo fue el Expresidente Alvaro Arzú Irigoyen, despierte los más deleznables pensamientos de los que se autodenominan defensores de la patria, cuando han sido ellos y los medios de comunicación aliados, los que han impuesto un discurso de odio, queriendo culpar a otros de sus verdaderas intenciones y objetivos nefastos para el país.

Este fin de semana, los guatemaltecos demostraron su afinidad por la verdad, por la libertad, por la soberanía y por la defensa verdadera de la patria, al acudir sin almuerzos, sin acarreos y con su voluntad propia a despedir a UN GRAN LÍDER, que darían los malos hijos autodenominados sociedad civil por tener el alcance y la presencia que el pueblo de Guatemala tuvo para despedir al Alcalde y Expresidente, esta actitud de los guatemaltecos nos demuestra REALMENTE QUIEN ES LA SOCIEDAD CIVIL, véanlo claro no son las pseudo organizaciones ni grupúsculos de los izquierdistas trasnochados y llenos de odio, ustedes no representan a Guatemala. USTEDES SON LA MINORÍA.

En primer lugar, porque nadie tiene la verdad absoluta: muchas veces la verdad se abre paso a través de la competencia e incluso la colisión de opiniones distintas y aún contrarias. En segundo lugar, porque las personas deben ser responsables de lo que dicen y de lo que creen. Si se dejan persuadir por una versión torcida, es su problema. El mejor convencimiento no proviene de las prédicas ajenas y menos de las imposiciones externas: proviene de encarar las consecuencias de los errores propios.

Por una nación libre, justa y solidaria.

HASTA SIEMPRE ALVARO ARZÚ IRIGOYEN.