Columnas

Cinismo político disfrazado de religión

Las religiones han sido siempre un tema álgido, delicado.  Sin duda, no es descabellado decir que es preferible, y hasta inteligente, no discutirla, porque es una libertad inherente al ser el pensar por sí mismo y, en consecuencia, decidir sus afectos y fervores espirituales.  De igual forma, considero que no debe de ser impuesta, porque atenta contra una de las libertades más básicas.

Vale, en cambio, la pena reflexionar lo siguiente: Lamentablemente, las discusiones políticas han comenzado a integrar, errónea y maliciosamente, tintes religiosos en una argumentación pobrísima cuando de la ciencia de la organización de la “polis” (primeras ciudades de la Grecia clásica) se trata.  Estamos viviendo una era de imposiciones en lo que pertenece exclusivamente al ámbito íntimo del individuo; una era de chantaje moral permanente disfrazado del supuesto apoyo que le debemos a uno u otro grupo de individuos ‘religiosos’ que mezquinamente pretenden servirse del fervor espiritual más hondo que un ser humano puede tener, para lograr ciertos fines políticos –no siempre loables, nobles, y que, casi siempre, esconden fines perversos y están más relacionados con negocios que con temas del alma–.

Lo cierto es que la Iglesia está en la calle, cualquiera, como dice una canción de Arjona.  Aún más cerca de la calle, a veces dentro de la propia familia.

Rechazo el que se quiera imponer un modo de actuar en lo político, haciendo uso  hipócrita de los postulados de religiones y creencias espirituales de vida, lo cual  también es rechazado frecuentemente por los genuinos líderes de los grupos espirituales representado en las sociedades del mundo.

El mejor ejemplo siempre es -y será- la propia vida, lo que habla de nosotros sin que abramos la boca: nuestra conducta,  gustos, amigos, de lo que alimentamos cada día nuestra mente a través de nuestros ojos; el alma, a través de lo que hacemos, leemos, vemos; ¡todo nos define! y es la semilla que habla sin palabras.  Los hechos, han ido forjando la propia vida, con luces y sombras.  Convendría recordar que “por sus frutos, los conoceréis” (Mateo 7:15).

Un cuerpo y alma llenos de ‘basura’, se notan, aun sin emitir palabra, caso por el cual tampoco conviene levantar banderas de religiones ni creencias, no sea que, como dice la Biblia: “…propónganse vivir de tal manera que no causen tropiezo ni caída a otro creyente.” Romanos 14:13.

O, en 1era. Corintios 9:9: “9. Mas tened cuidado, no sea que esta vuestra libertad de alguna manera se convierta en piedra de tropiezo para el débil. 10. Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no será estimulada su conciencia, si él es débil, a comer lo sacrificado a los ídolos?”…

Levantar una bandera –al mismo tiempo que no se es ejemplo de las virtudes que se pregonan y hasta pretenden imponer— acarrea enormes responsabilidades morales y sociales, especialmente cuando sólo sirve para hacer que otras almas se pierdan por causa de la propia torpeza.  La creencia espiritual es digna de llevarse en lo profundo del ser, vivirla genuina e íntimamente, procurando hablar con los propios actos, evitando ser lo que también refiere la escritura bíblica y que tanto embustero político, auxiliado por sus amigos fariseos, olvida:

42. Y cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al mar”. (Marcos 9: 42).

En la tradición judeo-cristiana, también se ha llamado a no robar, ser humildes, instrumentos de paz, sal de la Tierra, a no pelear, no matar, amar al prójimo como a sí mismo, no codiciar, honrar padre y madre, alejarse de la codicia y la avaricia, ser justos, etc.

Rechazo la actual politización de la religión, porque la considero hipócrita, ruin, y totalmente contraria al propósito genuino de la manifestación en la vida del conocimiento de un Ser Supremo.  “A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”.

TEXTO PARA COLUMNISTA