Mirilla indiscreta

Las ruinas de los ruines

La ruina o las ruinas no es sólo el deterioro físico de una construcción que el tiempo o un desastre natural o provocado deja como testimonio vívido de algo que estuvo o existió y cuyo fantasmal testimonio anima la imaginación para retrotraerte en el tiempo e imaginar toda la animación que albergó en su plenitud.

Pueden ser en consecuencia motivo de orgullo, curiosidad, nostalgia, admiración y toda clase de emociones que por formación o simple aproximación con el pasado provoca en el espíritu humano.

Es lo que nos sucede en Antigua Guatemala que de golpe, su majestuosidad arquitectónica y la fortaleza que reflejan sus construcciones, nos retornan a un pasado pletórico de formas coloniales, costumbres y solemnidades que impresionan y nos remontan al orgulloso escenario de la Capitanía General,su penetrante aroma religiosa y el peso de una vida clerical y monástica, que en sus ruinas resume la sobriedad de las costumbres y la importancia que seguramente le acreditaron a las formas y a su comportamiento.

Entrar al Edificio que albergó la Carolingia Universidad de San Carlos, y sus pinturas nos reflejan la reproducción de las solemnidades de las graduaciones universitarias y el desfile de honor que acreditaba el grado académico del profesional que presentado a la sociedad como nuevo letrado, recorría las calles en hermosa montura y acompañado de toda la parafernalia que inducía al respeto y reconocimiento de aquel, que a partir de ese momento, pasaba a formar parte del recurso humano más calificado de la metrópoli colonial.

Pareciera que las formas, eran parte fundamental de una estructura de relaciones sociales marcadas por el respeto.

Protocolos inviolables en el marco de su convivencia.

Hay otro tipo de ruinas, que aún desconocidas,  descubre la ciencia para abrirnos caminos inexplorados de una cultura fundadora de nuestra nacionalidad.

La nueva ciencia nos terminó de deslumbrar por el desarrollo alcanzado por los Mayas.

Tikal, imponente muestra de esa fortaleza creativa, nos cuentan los investigadores y científicos de las más calificadas universidades, que es un monumento relativamente pequeño frente a la magnitud de otros tesoros.

Esa sofisticada tecnología como una gigantesca tomografía, recién nos comienza a desvelar los secretos del desarrollo y fortaleza de aquella raza ancestral.

Las ruinas en consecuencia, te remontan a momentos de glorioso tributo a la sabiduría como El Partenón en Grecia y a horrores escondidos en muros que aunque majestuosos constituyen templos al odio, el sacrificio y la muerte como el Coliseo Romano

Las ruinas nos evocan, si lograron perdurar hasta nuestros días, grandeza, trascendencia, el resumen de un esfuerzo humano que perduro a través de los siglos.

Y si somos responsables con el análisis honesto de nuestra propia existencia, debiéramos llegar al momento de preguntarnos como parte de la civilización contemporánea ¿Qué estamos dejando para la posteridad?

Desde luego seguramente hubo romanos que no contribuyeron en nada al florecimiento del Imperio, que vivieron y pasaron inadvertidos a la grandeza de su tiempo.

¡Pobrecitos ellos!

No tuvieron ni siquiera la capacidad de meditar que otros estaban esculpiendo como testimonio para el futuro, su nombre.

Seguramente en medio de aquella enorme producción filosófica e intelectiva del mundo griego, pasó frente a los ojos de quienes no tuvieron conciencia de su tiempo, Sócrates y Platón y posiblemente rechazaron a quienes cultivaban la mente en lugar de la tierra.

¡Embrutecidos Ellos!

Y estoy seguro que muchos de los guerreros y paisanos que habitaron El Petén, mientras sus sabios escudriñaban el universo para explicarse la grandeza de su espacio infinito, buscando las claves para explicar su propia realidad, trasmitiendo por signos esculpidos en piedra el testimonio de su historia y más increíble, inventando el cero como unidad fundamental para encontrarle sentido a las matemáticas. Seguramente otros, los muchos, los eternos habitantes de todos los tiempos, sin escribir una sola página de la historia de la humanidad, se disputaban el placer de pasar a través del orificio de una roca insertada en un muro del campo deportivo, la pelota. Y lograr el punto que dará más felicidad a la plebe que el esfuerzo del sabio que ausente del jolgorio encontraba la forma de sumar y restar cantidades con la utilización de un símbolo que no tenía valor en sí mismo.

¡Viva la Plebe, que existe y existirá sin existir!

Cuando esa muchedumbre se transforma en la razón de ser de la historia de tu pueblo, creará un tipo de ruinas, que no ocupará espacio físico en ninguna parte, tampoco sorpresa ni admiración.

Sólo producen un tipo de ruina… ¡La ruina humana!

Que tiene su apogeo y desaparece, sin ninguna producción que registre su historia.

Son esos ruines que no forjan ruinas

¡Cuidado! ¡Si comparten tu ciclo vital!… ¡Dejan a tu pueblo!… ¡Sin ruinas…!

¡Infelices!

TEXTO PARA COLUMNISTA

Danilo Roca (Edmundo Deantés)

Jurista, analista político, luchador por la libertad.