Columnas

La cuestión del uniforme militar.

#DiviFilius

En los países donde el vicio pretoriano no ha tenido una constante histórica,  y por lo tanto el estamento militar es completamente dócil al poder (al punto que,  incluso es un civil quien conduce el ministerio de defensa) resulta quizá intrascendente que el presidente se ponga o no un distintivo militar.

Podría ser lo anterior el caso de los Estados Unidos donde en muy contadas ocasiones el presidente cual ´commander in chief´ porte tal vestimenta.   Fue así cuando George Walker Bush se puso el uniforme de piloto aviador y aterrizó en el USS Lincon un 01 de Mayo de 2003.  ¿ La intención?  Dar el discurso de ´fin de guerra´ pero al mismo tiempo, mercadear su imagen cual jefe máximo de las fuerzas armadas.  Lo que se criticó no fue el uso del uniforme perse,  sino el hecho que George Walker Bush, en su historial de servicio no fue un piloto destacado de la guardia nacional y jamás estuvo en combate.  Por el contrario, su padre, George Herbert Walker Bush si tuvo la experiencia de combate cual piloto: El 2 de septiembre de 1944 Bush Sr. y otros tres pilotos atacaron las instalaciones militares japonesas en la isla de Chichi Jima.   ¿En su función de presidente portó alguna vez un uniforme militar?  No.  Cuando visitó a las tropas desplazadas en las diferentes bases militares  simplemente ´se puso ´la chaqueta de cuero con los distintivos y la ´gorrita´ de comandante en jefe.   Lo mismo sucedió con Bill Clinton.

Otro caso interesante es Israel.  Los últimos prémiers (Benjamín Netanyahu, Ariel Sharon,  Ehud Barack, Shimon Peres e  Isaac Rabin) todos tuvieron una previa carrera militar (más allá del servicio militar obligatorio) y ocuparon cargos importantes en ejército.  Pero nunca se ha visto que un primer ministro israelí,  que ya es civil,  y que en dicha condición ocupa el cargo de primer ministro se vista de militar. Ya que el presidente Morales tanto ama a Israel, pues podría investigar este detalle.    Lo mismo sucede con la gestión del ministerio de defensa israelí.   El actual ministro de defensa israelí es un civil. En la historia de la defensa israelí se ha pretendido que ninguno que ocupe el cargo lo haga en condición de  militar en activo sino en su condición de ser – en dicho momento-  un ciudadano civil.  ¿La idea?  Mantener un balance sano y controlar el ministerio de defensa es decir, dócil al poder civil para racionalizar el uso de la fuerza.  (Al menos en la teoría).

Volviendo a Estados Unidos, su ministerio de defensa es ocupado por civiles, que habrán sido militares, pero, no son militares en activo cuando toman el cargo.  El actual secretario de defensa, James N. Mattis se retiró del servicio militar activo en 2013.  Uno de los secretarios de defensa que más tiempo ha servido en dicha posición fue Donald Rumsfeld, quien ocupó el cargo durante la administración Ford (1975-1977) y durante la nefasta administración del evangélico ex-cervecero George Walker Bush (2001-2006).  Rumsfeld se retiró del servicio militar en activo en 1954 con el grado de capitán  (aunque se mantuvo en las reservas hasta 1989).   Otro caso interesante es  Ash Carter,  último secretario de defensa nominado por la administración Obama: Es un físico de formación y ex profesor de la Universidad de Harvard quien no tiene un pasado propiamente militar.  Antes de Carter, el puesto fue ocupado por Charles Timothy «Chuck» Hagel, un ex senador por el Estado de Nebraska y ex sargento de infantería durante la guerra de Vietnam.

¿Qué nos muestra lo anterior?  Que en EEUU el puesto de secretario de defensa perfectamente lo puede ocupar un civil o alguien que no llegó al grado de general y que la regla en esencia es que todo futuro ministro de defensa se civilice un poquito previamente ocupado cargos de congresistas, senadores (o cualquier cargo de funcionario civil) antes de dirigir las fuerzas armadas.  Alguna buena razón existe para esto.

En América Latina las cosas son distintas, los civiles que no prestaron servicio militar son militares frustrados y buena parte de la ciudadanía (que no hacen servicio militar compulsivo) no terminan de entender la necesidad que en democracia se tiene de separar claramente las fronteras entre lo civil y lo militar.

TEXTO PARA COLUMNISTA

David Martínez-Amador

Becario Fulbright del Departamento de Estado Norteamericano. Politólogo, UMASS-Amherst. Investigador Social en las áreas de Consolidación Democrática, Crimen Organizado Transnacional, e impacto del crimen transnacional en la gobernabilidad democrática. Miembro de la Red de Investigadores Latinoamericanos por la Paz y la Democracia ÍNSUMIISOS´ con sede en Ciudad de México. Profesor universitario y consultor. Ha trabajado en Centroamérica, México, Estados Unidos y Canadá.