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La democracia vacía en Guatemala

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Desde cualquier perspectiva que se quiera analizar y evaluar la calidad y fortaleza de la democracia guatemalteca, a partir de la Firma de los Acuerdos de Paz, no es posible encontrar algún resultado que permita afirmar su calidad y madurez, tanto de la ciudadanía y su participación, ni de las instituciones como el gobierno y menos aún de los partidos políticos. El Estado guatemalteco no ha logrado construirse a partir de una posición democrática pues se ha convertido en espacio de complacencia y de acceso al poder de grupos de poder regidos por la actividad comercial privada y no productiva. Ejemplo de ello se puede observar la forma del financiamiento llevada a cabo para la última elección presidencial. Fue una compra o una transacción entre el actual candidato y  grupos de  empresarios de este país, como ellos mismos lo han reconocido y declarado recientemente. Es difícil imaginar como hicieron calzar los aportes en Quetzales al actual presidente con el número de votos emitidos. Esto involucra y debilita al Tribunal Electoral que es la institución oficial que tiene que garantizar la transparencia, el conteo y pureza del sufragio. Institución que es cada vez menos creíble y que debilita al sistema de partidos y a la misma democracia guatemalteca. Esta última elección y el sabor amargo que dejó a muchos ciudadanos, preocupados de tal operación o evento electoral, y, que anuncia cómo será  la próxima campaña electoral. Con este contexto, ¿quién puede creer en la democracia y en las elecciones en este país? La escasa credibilidad construida hasta en ese entonces, fue derribada una vez más, por el candidato-presidente y los empresarios, que se apropiaron de un bien público que es de todos, como es el Estado.

Para el escritor mexicano Carlos Fuentes la democracia en los estados capitalistas sólo será teórica, siempre influirá el más fuerte. El derecho a la igualdad será una lucha a conquistar por los sectores sociales más conscientes. Pero, no puede existir democracia política mientras no se imponga la igualdad económica. Esta verdad es la que está en la base del vaciamiento que sufre el estado guatemalteco. La igualdad económica y la participación electoral cada vez es más propiedad privada y derecho “público” de unos pocos que poseen la riqueza y se arrogan el derecho de poner y quitar gobernantes. En Guatemala la idea de que la democracia es un valor ligado a los intereses conservadores,  empresariales y legales es la troica que se impone con gran dureza en la toma de decisiones y se enfrenta a la igualdad, a la justicia social y a un proyecto democrático avanzado.

Este modelo político elimina el principio democrático de los partidos políticos estables y democráticos y de su participación electoral. Basta el ejemplo de cómo se barrieron durante los últimos  cuatro años todas las instituciones electorales y partidarias democráticas que existían y aspiraban a ser parte en la próxima campaña electoral. Los partidos políticos estables y democráticos no cuentan nada en los procesos electorales, para este efecto, no existen. Son otros los poderes que actúan. Esto es evidentísimo para la campaña que se avecina y está pronta a ocurrir. Esta barrida acabó con los intereses de participación de algunos personajes o dirigentes democráticos de asumir un liderazgo responsable, limpio y honesto. Pareciera que el requisito para acceder a la presidencia es mostrar un perfil contrario a los intereses colectivos. El Estado guatemalteco no incluye en su seno grupos ideológicos de distinto signo ideológico, ni sectores campesinos, artesanales, sino que todo se hace en función de los negocios. Por lo que el Estado ha sido vaciado de su naturaleza y ha sido despojado de sus objetivos políticos: el bien público y la fortaleza de la democracia ciudadana.

Para los sectores rurales no existen políticas públicas de distribución de tierras ni del desarrollo de fuentes de empleo y producción alimentaria que es uno de las ausencias que más castigan a estos trabajadores. No hay una consolidación de una base campesina que haga posible un desarrollo más equitativo y moderno de la agricultura y la agroindustria cooperativa que sienten las bases para un Estado moderno. Sino todo lo contrario, lo que se fortalece es una gran masa de desposeídos y de jornaleros hambrientos y desnutridos, aún a principios del siglo veintiuno, algo semejante solo a los países más pobres de África, según puede observare en cifras dadas hace poco por el Fondo Monetario Internacional. Esto hace imposible lograr resultados amplios y seguros para ningún proyecto interesado en lograr una producción y distribución equitativa y solidaria de cualquier proyecto democrático pues es casi imposible derribar las paredes que lo oprimen.

Aquí ha ocurrido un fenómeno inverso, la clase empresarial se nutre de políticos que gracias a la corrupción se han enriquecido ante la ausencia de tradiciones democráticas y a la ausencia de una sociedad civil fortalecida y empoderada. Este espacio ha sido ocupado por este sector económico que  subsiste a la sombra del Estado. En este panorama pareciera que la cercana elección presidencial se dará siguiendo los pasos de todas las anteriores, pues no se han construido nuevas bases para la transformación democrática. Serán los intereses económicos y el clientelismo electoral y laboral los que se impongan de nuevo. Por los resultados no hay que preocuparse pues el Tribunal Electoral pondrá las cifras que se demanden.

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