La historia de un mosquito
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Quien camine por las orillas del río Sena en París, a la altura de Quai de Grenelle y hasta el Boulevard de Grenelle, del lado sur de París, encontrará una calle llamada “Calle del Doctor Finlay, 1833-1915, Médico e Investigador Cubano”. En la ciudad de Burdeos también hay otra calle que lleva su nombre en honor al mismo doctor.
Y no es en balde. El Doctor Finlay en vida recibió la Legión de Honor de Francia, la más importante condecoración de ese país, y también el reconocimiento de otros países y de sus Academias de Ciencias.
En estos días en que todos estamos tan preocupados por enfermedades tan temidas como el dengue, la chikungunyia y el zika, todas las orientaciones de las autoridades sanitarias nos aconsejan utilizar repelentes, eliminar los estanques de agua dulce, deshierbar y hacer todo lo necesario contra un pequeño animal molesto por su picadura y por sus graves consecuencias: el mosquito Aedes Aegypti, responsable de la transmisión de todas estas enfermedades.
El Dr. Finlay nació en Camagüey, Cuba (entonces Puerto Príncipe) en 1833 en el seno de una familia formada por un padre cirujano escocés y una madre francesa. Su familia, de elevado nivel intelectual e importantes posibilidades económicas, lo envía a estudiar la secundaria al puerto francés de Le Havre junto a su hermano. Allí contrae corea (también conocida como enfermedad de San Vito) con grandes trastornos neurológicos que lo hace regresar a Cuba. Secuela de esa enfermedad será una permanente disfunción al hablar. Regresa más tarde a Europa y estudia no sólo en Francia sino también en Maguncia, alemana (hoy más conocida por su nombre en alemán Mainz, con su importante equipo de fútbol) y por último termina su carrera universitaria de medicina en la Universidad Jefferson de Filadelfia. Aparte del español, el Dr. Finlay dominaba perfectamente el inglés, el francés y el alemán.
Establecido en Cuba como médico y casado con una hermosa esposa, Adelaida, de Trinidad y Tobago, ve nacer a sus tres hijos. Se establece en El Cerro, a la sazón elegante barrio de La Habana. Allí y a la edad de 25 años comienza a interesarse por la fiebre amarilla, enfermedad endémica en Cuba y otras tierras tórridas y de la que no se conocía nada. Una noche, cuando rezaba el santo rosario, un mosquito comenzó a zumbarle al oído (¿intervención divina?) y entendió que ese era el vector entre una persona enferma y otra sana. Después de muchas pruebas con más de 400 especies de mosquitos, llegó a la conclusión de que el transmisor era el aedes aegypti, pero determinó que era la hembra el real problema. Escribió varios artículos médicos para dar a conocer sus experimentos y la mayoría de ellos pasó sin penas ni glorias. Le llamaban “el hombre del mosquito” aunque fuera de Cuba (en particular en el Reino Unido) no se reían de su teoría.
Estalla la guerra Hispano-cubana-norteamericana en 1898 y entre los soldados norteamericanos la mayor cantidad de muertes se debía a la fiebre amarilla y no a los combates con el enemigo. Del otro lado del Mar Caribe los franceses, que con tanto éxito habían abierto el Canal de Suez, tuvieron que abandonar la tarea en la construcción del Canal de Panamá por las enormes pérdidas por fiebre amarilla. Al irse a la quiebra la empresa francesa y habiendo comprado los norteamericanos los derechos de construcción del canal, entendieron que allí también era necesario eliminar el mal.
El Ejército de los Estados Unidos creó una comisión investigadora a cargo del Dr. Walter Reed quien, después de estudiar todo el material, de ver las pruebas del Dr. Finlay y de la muerte accidental de uno de los principales médicos detractores norteamericanos de la comisión a consecuencia de una accidental picadura del mosquito, entendió que los estudios de más de 20 años de Finlay eran ciertos. Así comenzó el saneamiento de todas las zonas del mundo donde había la enfermedad. Una de ella era encerrar a los enfermos en locales especiales para que los mosquitos no transmitieran la enfermedad a sujetos sanos.
Al proclamarse la República de Cuba el 20 de mayo de 1902, fecha ya no celebrada en Cuba, Finlay es nombrado Director de Sanidad del reluciente Ministerio de Salud de la isla. Estuvo en el cargo hasta su retiro y falleció, por todos reconocido, en 1915.
El Día del Médico en las Américas se celebra el día 3 de diciembre, día de su nacimiento, la Universidad Jefferson de Filadelfia le otorgó un título Honoris Causa, el premio de microbiología de la UNESCO lleva su nombre y hasta en Panamá hay una estatua en su honor.
Escuchemos y respetemos las instrucciones dadas por nuestras autoridades de sanidad. Estas enfermedades no son cosa de juego. Juntos lograremos erradicar este malvado vector.