La bella Otero
#EditadoParaLaHistoria
El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española…
…Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega;
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Así habló José Martí de la hermosa gallega Catalina Otero, por todos conocida como La Bella Otero al verla bailar en Nueva York en 1890.
Agustina del Carmen Otero Iglesias, más tarde conocida como Carolina Otero y ya en París como La Bella Otero (sinónimo de Belle Époque) nació en Pontevedra, Galicia, en noviembre de 1868, hija natural de Carmen Otero Iglesias. Desde joven amó el baile y el espectáculo e imitaba a cuanto artista llegaba a su pueblo de Puente Valga. Fue ultrajada violentamente a la edad de 11 años por el zapatero del pueblo, lo que le impidió ser madre por el resto de su vida. A los 14 se enamora y escapa con un malandrín de su pueblo y en una tasca del lugar le dan su primer contrato como bailarina. Ante su triunfo huye a Lisboa para ganarse mejor la vida, de allí a Barcelona, Montecarlo y llega a París a la edad de 21 años.
Obtiene un contrato en el Folies Bergère donde se inventó un nuevo nacimiento: sevillana de madre gitana y padre francés. Pero no debemos dejarnos engañar, la verdadera fortuna de Carolina Otero provenía de los favores que otorgaba a ricos caballeros convirtiéndola en una de las más importantes “grandes horizontales” del momento.
Fue el empresario Ernest André Jungers quien creó su mito y la convirtió en estrella. Fue su amante y le encauzó su vocación. Hizo correr ríos de tinta sobre los nobles orígenes andaluces de Carolina (todo mentira). Jungers incluso llegó a insinuar que era hija ilegítima de la Emperatriz Eugenia. Estaba tan enamorado de ella que no resistía a ninguno de sus caprichos. Carolina le fue infiel repetidas veces. Jungers terminó suicidándose con gas, arruinado por Carolina. Mientras tanto crecía el amor de Carolina por los bellos trajes (algunos incrustados con brillantes), las joyas y el dinero. Decía: “Que a un caballero lo vean conmigo aumenta su reputación y lo clasifica como un hombre inmensamente rico”. Más tarde se le conoció como “La Sirena de los Suicidas” por el rosario de suicidios de hombres que dejó tras de sí.
Esta hermosa mujer tuvo relaciones con casi todas las cabezas coronadas (o por coronar) de Europa. Entre sus múltiples amantes se encontraban el Príncipe Nicolás de Montenegro quien le regaló una joya de la corona de su país, lo que le trajo graves problemas; Alberto Eduardo, más tarde Eduardo VII de Inglaterra; el príncipe Alberto de Mónaco, el káiser Guillermo II de Alemania (a quien llamaba íntimamente Willy), se comenta incluso que Alfonso XIII, el futuro Nicolás II de Rusia y el Emperador Taisho Tenno también estaban en su lista. Pero no sólo nobles: artistas, empresarios, grandes millonarios, todos eran buenos para saciar sus ansias de riquezas.
Se cree que al despedirse “de los escenarios” al final de la Gran Guerra (1914-1918) ya terminada la Belle Époque que tan bien representó, tenía una fortuna de unos 400 millones de Euros de nuestros días. Se compró una elegantísima residencia en Niza (para estar cerca de Montecarlo por tren, donde daba riendas sueltas a su vicio por el juego y también dilapidaba su inmensa fortuna). El palacete en cuestión costó el equivalente de 36 millones de Euros actuales.
Todavía en 1926 dictó su biografía a Mme. Valmont y en ella insistía en mentir sobre sus orígenes nobles gitanos por su madre (una condesa andaluza) y un noble francés de origen griego.
Murió en la más absoluta miseria, habiendo dejado toda su fortuna en las ruletas de Montecarlo. Al final de su vida escribió a la “Société des Bains de Mer”, administradora de los casinos de Montecarlo, una carta diciéndoles que con todo el dinero que ella había dejado en sus casinos y a tantas personas que había llevado a jugar y que habían dejado su dinero en los mismos casinos, ahora, que estaba en la mayor de las necesidades, les pedía ayuda.
Desde entonces y hasta su muerte, la Société des Bains de Mer enviaba cada mes un pequeño cheque que, con la ayuda de la Seguridad Social francesa, le permitió llegar hasta los 97 años en 1965 viviendo en un cuarto de un hotel de mala muerte en un barrio barato de Niza. Murió sentada en el inodoro y sólo unos días después fue descubierto su cuerpo en tan poco elegante situación y tan indigna de la que fuera la mujer más deseada y posiblemente mejor pagada de la Europa de La Belle Époque.
En 1954 María Félix filmó la película homónima “La Bella Otero” y en aquel entonces conoció a la ya anciana Carolina y se fotografiaron juntas.
La historia de La Bella Otero debe hacernos recordar que dinero, belleza y juventud no duran para siempre. Si bien la juventud se va y la falta de belleza se puede maquillar el dinero sí se puede guardar, ahorrar y conservar para momentos más difíciles.