Columnas

Hambre: Flagelo de la vida en América

Antropos

No hay ninguna duda que la pobreza es la causa fundamental de la inseguridad alimentaria. De ahí que una de sus consecuencias sea la expulsión de miles de personas  hacia los Estados Unidos en búsqueda de  bienestar. Las familias se desintegran y surgen múltiples problemas  como ausencia de autoridad y banalidades que se compran por las remesas, sin que estas sean necesarias.

A su vez, emergen a las orillas de  áreas urbanas de múltiples ciudades latinoamericanas, niños y jóvenes que deambulan por un pedazo de comida. La violencia los atrapa y se integran  a las organizaciones criminales como  una forma de sobrevivencia. De este remolino no logran salir ilesos, sino que se hunden en el fango de la marginalidad social.

Mientras tanto, los  Estados a pesar de contar con  estudios que señalan el diagnóstico del problema y  caminos para resolverlo,  se paralizan ante  esta tragedia. Cada gobierno de nuestros países, lo hemos visto una y otra vez, improvisan al no ejecutar en la práctica  programas torales para combatir las causas de la pobreza. No han entendido que la población mayoritaria son campesinos  sin acceso a la producción agrícola. Que junto a ellos viven miles de familias que se entumecen por falta de alimentos.

Existe otro grupo de campesinos que poseen hasta diez manzanas de terreno, pero resultan  también ser excluidos, porque las leyes del mercado los arrinconan en condiciones de desigualdad. No tienen acceso a créditos blandos y la comercialización de su pequeña producción tiene dificultades para despegar y  obtener  ganancias adecuadas que les permitan un buen sustento familiar.

Tradicionalmente hemos visto que  se les da más apoyo a  familias  que producen café, banano, caña de azúcar, cardamomo, piña, palma africana. Frente a esta adversidad en la que se premia a los grandes productores, algunos pequeños y medianos productores, sin apoyo del Estado, sólo a partir de iniciativas propias y emprendimiento comercial, han logrado éxitos con productos que abastecen  la canasta básica de los mercados  nacionales, y exportación de productos agrícolas no tradicionales. De ahí que  nos llame la atención  programas subsidiarios de entrega de algunos mínimos recursos financieros por familia pensando que con esto se combate el hambre. En el  fondo, pienso que ni las mismas autoridades de los diferentes Ministerios de Agricultura, están convencidos de esta acción menesterosa. El camino para combatir la inseguridad alimentaria sin lugar a dudas, es el  fortalecimiento de la  economía campesina.

¿Entonces por qué no invertir recursos técnicos y  créditos blandos  que mejoren la producción agrícola familiar rural orientados a la capacitación  familiar que permitan crear centros  para mejorar la economía campesina.  ¿Por qué no se impulsan programas de conservación de  suelos, centros de acopio, embalses o miniriegos?

Habrá que tomar en cuenta que los  Estados latinoamericano firmaron en el 2015: LOS OBJETIVOS DEL DESARROLLO SOSTENIBLE, y en el  objetivo número uno afirma que se debe: “Poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo”. El objetivo número dos ratifica con esta recomendación: “Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”. Por eso, producir alimentos es una prioridad de nuestras naciones para una adecuada nutrición, en el marco del fortalecimiento de la política de seguridad y soberanía alimentaria. 

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