Columnas

¡Tránsfuga!

Teorema

A mediados del año pasado, con 450 goles marcados y después de 9 temporadas con el Madrid, Cristiano Ronaldo pasó al Juventus. Antes estuvo en el Sporting y el Mánchester (seguramente me quedo corto, soy ignorante del fútbol). Maradona también estuvo en muchos clubes; fue criticado por su drogadicción y conducta terrible, más no por cambiar de equipo. Otros futbolistas y entrenadores cambian de conjunto constantemente. En otros deportes sucede igual.

Más que entretenimiento, en el fútbol hay pasión. Algunos espectadores han llegado a suicidarse ante una derrota de su equipo. Otros piensan que en la gramilla lo que está en juego es la dignidad nacional. Cuántas veces pueden, cantan el himno nacional. Aun así, con toda esa importancia emotiva, nadie protesta cuando alguien va al equipo contrario.

Muchos alcaldes, aunque sus opositores los infamen tanto como posible, consiguen terminar su gestión con un grado alto de popularidad. Se podría decir que algunos, como Álvaro Arzú, son o fueron amados por la gente en su municipio. No creo que a los vecinos les importe mucho que cambien de partido. La siguiente elección después de haber dejado el PAN, Arzú ganó y el PAN perdió. Generalmente el partido no da fama a los alcaldes, son ellos quienes prestigian al partido.

Con los diputados, no sucede así. Cambiar de un partido a otro, provoca censura abierta. No se le celebra, se le estigmatiza. Se le llama tránsfuga al tiempo que se arruga la nariz. Nadie pregunta por las causas. Se asume, sin más, que se trata de una razón indigna, delictiva, reprobable… Pero puede haber y, en mi opinión, la mayoría de veces hay, razones diferentes la venta, al soborno.

Un diputado abandona el partido con el que fue electo por discrepar con la línea que está siguiendo la organización partidaria. Uno de los dos, el partido o el diputado podría haber cambiado la forma como visualiza el camino hacia el desarrollo de la nación. De tal divergencia resulta un conflicto que puede ser irresoluble.

Poco antes de morir, el diputado Álvaro Velásquez fue expulsado del partido Convergencia (oficialmente se dijo que había renunciado). Velásquez disentía de las directrices que Pablo Monsanto jefe de jefes en ese partido, ordenaba seguir. Sandra Morán, jefe de bancada, también estaba en contra de Velásquez. No fue por asuntos ideológicos fundamentales. Antes del conflicto, ambos diputados eran y después siguieron siendo, miembros de esa izquierda inteligente, no extremista pero sí radical, que da fiel seguimiento a las instrucciones de la ONU y de la Embajada.

También puede suceder que el partido (más bien su Secretario General —SG) ordene al diputado aprobar proyectos con los que éste último no está de acuerdo. Aquí, el asunto tampoco es ideológico sino de conveniencia. Si un grupo de presión desea una ley que le favorezca o evitar otra que le perjudique, no “negocia” con los diputados o con la bancada sino con el SG. Este obtiene los beneficios y créditos cuando es ese el caso.

Tendría mucho sentido que los ciudadanos tuviéramos mayor conciencia sobre el desempeño de aquel a quien dimos nuestro voto. Porque es este y no el otro, ni los demás, quien nos representa. La actuación de los otros diputados debiera preocupar a quienes votaron por ellos. Los electores votan por personas, no por partidos políticos, ni aún por quienes conforman el listado nacional. Decir: A mí me representa el PAN o la UNE, suena grotesco, una infamia contra uno.

En mi opinión, un diputado debiera poder incluso, renunciar a su partido simplemente porque no desea permanecer allí, sin sufrir las penalidades que él reglamento interno del Congreso le reserva. El que se va, se queda sin voz. La suya y la de quienes representa.

En la legislatura 2012-16 Luis Pedro Álvarez brilló aunque debía cuidar que su luz no opacara a la señora Montenegro, su jefe de bancada. En la legislatura actual, la jefe de E.G. lo expulsó por pensar diferente de ella. Sin el apoyo de una bancada, Álvarez redujo su producción de Iniciativas de Ley por mitad; de 12 pasó a 6. E.G. también se vino abajo, principalmente en la calidad de su trabajo parlamentario. Todos perdimos.

Como el lector se habrá dado cuenta, estoy en favor de libertad de los congresistas. Aún si no lo estuviera, me manifestaría rotundamente en contra de que sean vistos como propiedad del partido con el que llegaron al Congreso. Su compromiso con él debe reducirse a pagar sus cuotas, asistir a sus reuniones… cosas así. Pero la libertad de expresión del representante debe preservarse. Es muy importante que sea así. De lo contrario, somos los ciudadanos quienes quedamos amordazados.

Afortunadamente no se trata de discutir si los diputados actuales merecen ser libres. La mayoría queda a deber, más aquellos que votaron contra de la propuesta de ley que los liberaba. Arrinconados por quienes les llamaban tránsfugas no pudieron reconocer que de ese libre juego, de esa movilidad dependía que pudieran representar los intereses de sus electores en vez de obedecer las órdenes de los secretarios generales y los dueños de los partidos.

TEXTO PARA COLUMNISTA

José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.

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