Columnas

El camino del totalitarismo

Evolución

Por décadas la política en Guatemala ha sido sucia, corrupta, oportunista, descarada, despiadada, salvaje y demás calificativos análogos que se puedan emplear. Y con el tiempo solo ha degenerado y empeorado. En mi artículo de hace unas semanas comparé el actual “Proceso” electoral y la generalidad de la organización política en Guatemala con aquella organización anónima, todopoderosa, desalmada e inhumana que acabó con la vida del pobre inocente Joseph K merced a un sistema legal carente de toda lógica, propio de la pesadilla distópica que dibuja Franz Kafka en su novela. La cual pareciera un dulce sueño comparado con la realidad política de la Guatemala de hoy, apresada en un intrincado, indescifrable e incomprensible sistema “jurídico”, cuya maquinaria resulta insuperable e invencible para cualquiera que ose enfrentarlo amparándose en el Derecho y la Justicia. Guatemala es hoy la frustración más distante de un genuino Estado de Derecho dentro del cual aún se simula jugar a la democracia. ¿Por cuánto? no se sabe. Los esbozos de República que un día al menos adornaron la Constitución han sido prácticamente borrados, y si bien sobrevive alguna precaria formalidad democrática, la nación está hoy más que antes en riesgo de dar el paso fatal al autoritarismo totalitario, dependiendo de cual fuere el resultado del proceso electoral.

Y ese resultado es por el cual las diversas facciones de esa organización se encuentran en una guerra sin tregua, en la cual las municiones son una serie de artimañas judiciales y el arma más poderosa se obtiene en la influencia derivada de la alianza forjada entre intereses políticos y sus operadores estratégicamente posicionados en cargos donde ejercen “jurisdicción” electoral y constitucional. Y será quien logre combinar las piezas adecuadas a efecto de agenciarse resoluciones favorables para sí y draconianas para sus adversarios, quien se erigirá victorioso. Y seguramente también con una cuantiosa cuota de poder, probablemente más feroz y destructiva que las otrora aplanadoras legislativas, pues, como bien lo ha demostrado la historia reciente, se legisla mejor de una forma implacable y autoritaria desde las cortes. Y tal y como lo han demostrado los regímenes que han caído en desgracia, una vez el poder político roba el poder de decir el derecho, éste deja de existir, dando lugar al totalitarismo.

Muchos pensarán que es un riesgo lejano, pero más bien sería ingenuo pensar que no es plausible. La historia reciente evidencia los extremos a los que son capaces de llegar la clase política, los peores representantes de nuestra sociedad. Si en algún momento el actuar político fue apaciguado por los confines que impone la necesidad de aparentar decencia, en la actualidad la desfachatez y el cinismo dominan la toma de decisiones políticas, legislativas y judiciales. Cinismo que ha llegado al extremo de que se profesan víctimas – por supuesto – del propio sistema que han construido. Así nos impusieron reformas a la ley electoral que aniquilaron las posibilidades para nuevas alternativas y consolidaron la partidocracia imperante. Ello con la aquiescencia cándida de quienes compraron el espejito de que se estaba combatiendo el transfuguismo, el financiamiento electoral ilícito o las campañas anticipadas, por ejemplo; incluso las “fake news”. A ello se suma la miríada de retorcidas resoluciones administrativas y judiciales proferidas por funcionarios pancistas en todo ámbito, Registro de Ciudadanos, Tribunal Supremo Electoral, Juzgados, Salas, Corte Suprema, opacados todos por los impresentables y sin parangón magistrados de la Corte de Constitucionalidad, quienes además tienen el poder absoluto según muchos tontos útiles. Cada tropelía encausada en función de algún interés político específico, sosegada con la complicidad de una prensa inmoral y oportunista, sesgada ideológicamente y que les hace el trabajo sucio disfrazado de ético de manipular a la opinión pública. ¿A cambio de qué? No lo sabremos. Y probablemente ellos tampoco lo sepan, realmente, sino hasta el momento en que les toque pagar las consecuencias de su deshonestidad.

Hoy, a los ciudadanos solo nos queda la protesta y el voto como medios de defensa. La protesta, inaudible para quienes se obstinan en llegar al poder a toda costa y sus operadores que desechan los reclamos justos y legítimos mientras destruyen el derecho. El voto, dentro del contexto del mismo sistema aciago de votar por partidos y no personas, dentro de una gama que acoge lo mismo de una clase política ya en estado de descomposición, quizá con algunas excepciones menos despreciables pero con pocas probabilidades de triunfo o de llegar a ejercer influencia positiva. No quedará más que esperar que el resultado de esta elección diluya el poder de tal manera que se obstruyan esas ambiciones totalitarias, para luego presionar para que finalmente se lleven a cabo las reformas a los sistemas electorales y de justicia, y así empezar a corregir el rumbo.

TEXTO PARA COLUMNISTA

Alejandro Baldizón

Abogado y Notario, catedrático universitario y analista en las áreas de economía, política y derecho.

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