El juicio de Murena y la política actual
Evolución
Licinuis Murena fungió como pretor en el año 65 A.C. De acuerdo a la ley, debía esperar dos años previo a poder optar al cargo de cónsul, por lo que se postuló en el año 63, cuando Marcus Tullius Cicero ocupaba el cargo. Aparte de Murena, participaron en la elección Servius Sulpicius Rufus, Decimus Junius Brutus y Lucius Sergius Catilina, resultando electo Murena, junto a Silanus. Ante su segunda derrota, el ex senador Catilina intentó por segunda vez llevar a cabo una conspiración que hubiese entonces derrocado la República mediante una rebelión armada, cuyo plan incluía asesinar a los cónsules. Su complot fue expuesto por Cicero, por lo cual Catilina hubo de abandonar Roma, siendo posteriormente derrotado y muerto junto a su diezmado ejército.
Por su parte, Sulpicius optó por la vía judicial para disputar la elección de Murena, habiéndole acusado de haber violado leyes recientes referentes a sobornos y prácticas corruptas. Se le señaló de que a su regreso de su provincia una muchedumbre salió a recibirle y darle la bienvenida a su entrada a Roma y luego de escoltarlo a su casa; que un grupo lo escoltó mientras era candidato a cónsul; que ofreció espectáculos gratuitos para el público; que patrocinó cenas para grupos de la plebe; y de que procuró ilegalmente obtener votos de oficiales del ejército. En el juicio Murena fue defendido por el propio Cicero, a lo cual se opuso Sulpicius sobre la base de que ello era contrario al sentimiento de amistad que había entre ambos. Marcus Porcius Cato, otro abogado acusador, también se opuso a que Cicero fuese defensor, sobre la base de que un cónsul no debía participar en un caso y que una persona que ocupaba un cargo público no debía a la vez ejercer su profesión.
Con su conocida elocuencia, Cicero refutó la pretensión de Cato con el argumento que es razonable que un cónsul intervenga en aras de defender el interés del estado en cuanto a riesgos futuros, en el sentido de defender la elección de Murena como la forma de resguardar el interés público. Añadió que si existía la práctica de nombrar defensores estatales para ciertos casos, que era lógico que se nombrara al cónsul para defender al cónsul electo; y además citó dos casos, que quiso invocar como precedente, en los cuales siendo cónsul ya había actuado como defensor.
Durante el juicio Cato argumentó sobre la necesidad de salvaguardar al estado de los daños que le ocasionan candidatos y funcionarios corruptos, y que éstos deberían ser electos únicamente por mérito y que era denigrante pretender obtener el voto dando espectáculos o apelando a los apetitos de la gente para ganarse su voto. Presentó como evidencias las multitudes que acompañaron a Murena, los espectáculos y las cenas brindadas argumentando que violaban las resoluciones del Senado, una impulsada por el propio Cicero, que condenaban estas prácticas con miras a purificar la política. Cicero, como solía hacer, basó su defensa en una caracterización irreprochable de su defendido, como queriendo exonerarlo por compurgación. Prosiguió con algunos señalamientos en contra del propio acusador y otros rivales políticos. Argumentó que si bien un grupo acompañó a Murena, ello solo es ilegal si fueron sobornados para el efecto, y que eso no se pudo probar; que si ofrecieron cenas y espectáculos, ello solo es ilegal si se dan a la totalidad de una tribu o a todas las tribus; y dijo que Roma se encontraba en mejor condición que aquellos estados donde estas prácticas eran prohibidas, citando como ejemplos a Creta y Esparta. Por último argumentó que Murena debía ser absuelto por el interés del Estado, en el sentido de darle continuidad a su consulado en el contexto de la reciente conspiración y también que Silanus no quedase como único cónsul. Agregó un argumento más emotivo incitando al jurado a no resolver el caso como Catilina lo hubiese deseado.
Murena fue absuelto y asumió como cónsul a los pocos meses. Dos mil años después, condenamos las campañas anticipadas y sucias, el financiamiento ilícito y no declarado, el acarreo, el clientelismo, las bolsas, el pan, el circo y la irracionalidad del pueblo. Vemos cómo los políticos recurren a medios desde legales y judiciales hasta violentos para sacar del camino a sus rivales políticos. Presenciamos argucias, acusaciones, amparos y defensas basadas en tecnicismos legales presentadas por leguleyos de poca monta en comparación a estos personajes históricos. Vemos candidatos que se perfilan como los paladines de la justicia y se dan baños de pureza para desacreditar a sus rivales, pero que en el fondo son igual de corruptos. No es, como algunos piensan, que la fiscal se metió a la política; se trata de la política que se sirvió de su posición de fiscal. No se trata, como algunos piensan, de la mujer de valores intachables que habrá de salvarnos de la izquierda retrógrada, comunista – que de alguna manera nos tendremos que librar-; se trata de la ex integrante de uno de los partidos más corruptos, el que sacó sus hordas a las calles. No se trata, como el vulgo cree, que la señora regala bolsas; se trata de la acusación deliberadamente tardía, de la corte que se hace ciega, de la absurda medida pro fémina, de su actitud autoritaria. Se trata también de los insignificantes, todos iguales o peores. Se trata de los operadores políticos en las magistraturas, cortes y prensa, se trata de los intereses que hay detrás de ellos, todos queriendo manipular la ley a su conveniencia.
En su defensa de Murena, Cicero dijo “nada es más incierto que el vulgo, nada es más oscuro que la opinión pública, nada es más engañoso que todo el sistema político”. Cuándo aprenderemos que el problema es el Estado y el estatismo, y que la alternativa y la solución es la Libertad del ser humano y su capacidad de cooperar pacífica y voluntariamente sin intervención de los políticos.

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