Política de empleo
Teorema
La población de Guatemala que habita en el área rural del país es de unos 8.5 millones de habitantes (50% del total). De ellos, unos 5.5 millones (65%) tiene más de 15 años y cerca de 3.3 millones (60%) o trabaja actualmente o busca trabajo. La mayoría de habitantes rurales se identifica como indígena. La Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos desarrollada por el INE en 2017 ofrece abundante información al respecto.
Ese amplio sector acusa otras características: Su nivel de escolaridad es bajo. La pobreza está más desarrollada entre ellos que en los sectores urbanos. Muchos han emigrado, mayormente a la Capital y a Estados Unidos.
Ellos, los indígenas rurales son personas comparativamente más honradas que los habitantes urbanos, son puntuales en el pago de sus deudas y otros compromisos. Dan valor a la palabra empeñada, cumplen sus compromisos de pago y tienen un altísimo concepto de la familia.
Además, son muy educados en cuanto a modales, atenciones, y forma de conducta. Algunas etnias no utilizan palabras soeces. Hasta para ofender, lo hacen con un lenguaje que podría parecer ingenuo. Por ejemplo, dicen a su contrario que tiene cara de caballo o que es como una culebra.
Hay quien piensa diferente, pero estoy persuadido de que se trata de individuos inteligentes, aunque quizá el término sea “listos”. La contradicción deviene de diferencias culturales. Algunos tienen dificultad para leer o escribir; conocen pocas palabras o las pronuncian mal (en castellano) y, lógicamente, les cuesta entender alguna explicación. Creo que se trata, mayormente de conflictos en la comunicación. Supongo que aprender a hablar, leer y escribir algún idioma mayense me costaría mucho y recibir instrucciones en esa lengua, me haría sentir inseguro.
Por otro lado, el indígena rural tiene conocimientos que otros ignoramos. Pronostican el tiempo mejor que el INSIVUMEH. Saben cuándo sembrar, cuándo podar, qué hierbas curan, qué hongos son venenosos, qué plantas son comestibles, qué hacer en caso de tener una víbora enfrente… Nos hemos apropiado de su cocina y presumimos con ella ante nuestros visitantes. Parecemos dispuestos a ignorar que hasta los tamales son creación suya –ver Viviendo la receta, de Mirciny Moliviatis, pág. 70.
Las habilidades manuales de estas personas pueden ser muy altas. En Comalapa por ejemplo, pareciera que todos son pintores. Los tejidos de lana y algodón se producen a lo largo y ancho del país y causan admiración en el mundo entero. Toda esa inmensa variedad de cortes blusas y güipiles es manufactura propia.
Pero quizá lo más sorprendente sea su habilidad empresarial, que se manifiesta desde muy temprana edad.
En algunas ocasiones como Navidad, Semana Santa y otras festividades religiosas, el consumo de flores se multiplica por diez. Para el Día de los Santos y el Día de los Muertos, es mil veces mayor. Los comercios de flores serían insuficientes en producto y personal para atender esa demanda gigantesca. Pero nunca hacen falta ni flores ni vendedores. Saben que una necesidad genera una oportunidad de trabajo y están dispuestos a satisfacerla.
Desde siempre, cuando un derrumbe interrumpía el tráfico de carretera o ferroviario, aún en lugares remotos, como surgidas de la nada aparecían señoras con café, panes con frijol y otras bebidas y bocadillos para los malogrados viajeros. El indígena del área rural pareciera estar al acecho de una oportunidad de trabajo. No importa el horario. Si debe empezar a las 4 AM, le da lo mismo. Si es sábado o domingo, eso le tiene sin cuidado.
En ellos, la habilidad para comerciar pareciera ser herencia genética. Se trata de una población con altísimo potencial para convertirse en empresarios. Muchos ya lo han logrado. Los supermercados y abarroterías atienden las necesidades de unos dos millones de habitantes. Los 16 millones restantes, compra en mercados municipales y en ventas callejeras, sobre las aceras, en las proximidades de la plaza.
En la madrugada, antes de que salga el sol, desarrollan un mercado mayorista. Después, los consumidores van llegando poco a poco, hasta crear un bullicio maravilloso. Es un placer para la vista observar abundancia de carnes, peces, mariscos, vegetales y frutas durante las primeras horas de la mañana. Tarde en la tarde, el cotidiano milagro ha sucedido: Ya no queda prácticamente nada. Solo vendedores guardando carpas y muebles.
Durante muchos años, los indígenas guatemaltecos recibieron mensajes negativos sobre ellos mismos. Se les dijo inútiles, incapaces, bolos, tontos… que no servían para nada. Aprendieron a reír ante la ofensa y a “navegar con bandera de bobo”. Lamentablemente también aprendieron a mentir y a eludir la responsabilidad por sus propios actos.
La generación mestiza (“ladina”) de quienes hoy son abuelos, empezó, tímidamente, a cambiar ese trato. Los padres jóvenes de hoy desarrollaron una cultura más incluyente y la gran mayoría de escolares, hoy día, me parece que ven al indígena como un igual a quien querrían ayudar a salir de la pobreza.
Los economistas aseguran que para que haya empleo se necesita inversión, para que suceda inversión debe haber confianza y para que exista confianza debe implantarse un pleno Estado de Derecho. Ese razonamiento es válido, principalmente para la gran empresa e inversiones cuantiosas. Afortunadamente el sector de indígenas rurales –cerca de la mitad de la población trabajadora– no precisa de ese pleno Estado de Derecho.
En este artículo quiero proponer una solución para que estas personas, quienes aún no son empresarios, tengan la oportunidad de mejorar sus ingresos y ofrecer empleo a otros. Si esto se consigue, se habrá mejorado casi la mitad de las condiciones de empleo en el país. Voy a hacer uso de lo que aprendí hace cerca de diez años de un grupo de habitantes del caserío Joya de las Flores. Más adelante, en documento separado, pienso contar esa experiencia, tan enriquecedora como ilustrativa.
Lo aprendido: Muchos, quizá una mayoría de personas indígenas en el área rural, sueña con un proyecto productivo propio, “su proyecto”. Si se les guía adecuadamente, pueden construir un estudio de factibilidad básico (un modelo de flujo de caja) que les sirva para desarrollarlo. Hasta allí, todo bien. Pero la inmensa mayoría carece de dinero para hacer la inversión inicial. La idea de un socio capitalista no forma parte de su cultura. Los bienes a su nombre no están registrados, y cuando lo están, solo cubren una fracción de lo necesario. Así, el crédito hipotecario debe descartarse.
El sistema bancario nacional difícilmente se interesaría en financiar proyectos que precisan de 20 a 40 mil quetzales. El costo de administrar créditos de ese monto es parecido al de administrar otros 10 veces más grandes. Eso hace inviable para ellos este tipo de préstamos. En situaciones emergentes, el indígena rural acude a un “prestamista” pero el riesgo del préstamo unido a la escasez de dinero termina en tasas de interés muy altas.
Es necesario acudir a fondos de pensiones (equivalentes al programa IVS del IGSS) de países desarrollados. En Europa esos fondos están recibiendo cerca de 5% por año. Un rendimiento de 15%, por ejemplo, podría ser suficientemente atractivo como para correr el riesgo de instalarse en Guatemala. Sí, sería magnífico que el fondo se formara en Los Ángeles California con dinero de los migrantes, pero lo veo más complejo.
Sugiero que la administración de los créditos quede en manos de uno o más “prestamistas” en cada región. Este recibiría el dinero del extranjero y lo daría en préstamo contra proyectos que él mismo habría de supervisar.
El prestamista se convertiría en una de las personas más destacadas de la comunidad. De no hacer bien su trabajo de seleccionar al cliente, supervisar las inversiones y hacer los cobros podría perder esa posición privilegiada.
El rol del gobierno: Veo tres papeles importantes para el Estado:
Primero: Desarrollar la política y financiar una gira de negocios (Road Show) donde se presente el proyecto a entidades que pudieran interesarse.
Segundo: Proponer al Congreso la legislación que favorezca el desarrollo de esa política y defenderla. Los políticos querrían condicionarla a que mejoren los ingresos fiscales o insistir en que los prestatarios ingresen al burocrático papeleo de la economía formal. Los diputados y sus partidos deben comprender que ese es un camino equivocado.
Tercero: Los préstamos deben ser otorgados contra un estudio de la factibilidad por cada proyecto. Pero los prestatarios carecen de ese conocimiento. El Gobierno debe capacitar a personas que puedan guiarlos en esa preparación. Es muy importante que dicho estudio sea elaborado por el mismo prestatario.
La participación del Gobierno debe limitarse estrictamente a tareas que los interesados no puedan hacer. Fuera las tres acciones enumeradas, el Gobierno debe quedar fuera. En ningún momento debe asumir responsabilidad alguna por el pago de los créditos. Cuando la política esté funcionando, el Gobierno debe sacar completamente las manos. Se debe manejar como una negociación estrictamente entre privados. Los gastos para el Estado, fuera del costo de la ejecución de sus funciones normales, son mínimos.
El éxito de la política depende de que el individuo desarrolle su proyecto. Que cada quien, y no un burócrata, sea el que asuma los riesgos y decida lo que va a producir o comerciar, el tamaño del proyecto y su localización.

Lea más del autor: https://elsiglo.com.gt/2019/04/03/maldita-incertidumbre/