Columnas

La soledad del candidato

Teorema

La empleada abrió el portón de la casa en la zona nueve dejando que el candidato entrara su automóvil blindado y lo estacionara bajo la araucaria del arriate principal. Cada vez que él llegaba, ella se sentía bien. Que alguien tan importante la conociera por su nombre la hacía sentir valiosa. Lo condujo al escritorio donde trabajaba su empleador. Les ofreció café y luego los dejó solos.

El candidato se acercó a la ventana y se quedó viendo el jardín a través del cristal. Fue él quien rompió el silencio.

Candidato. Esto va demasiado mal. Por más que le damos vuelta a las estadísticas, no alcanzamos ni el diez por ciento de la votación. Con eso no se gana una elección ni se llega a ningún lado. Como si fuera poco, la lluvia ha estropeado nuestras últimas concentraciones.

Amigo. Sin embargo, después de las manifestaciones en Jocotenango, San Felipe y Antigua, te veías muy optimista. Incluso, dijiste que si las cosas seguían así, habríamos amarrado el segundo lugar.

Candidato. ¡Qué va! No debemos seguir creyendo que los que llegan al mitin lo hacen por nosotros. Ellos llegan a entretenerse. Los hombres van a ver mujeres y las mujeres a ver hombres, nosotros sólo servimos de pretexto. Somos los payasos que montan el escenario, hacen su acto, desarman la carpa y se van. Nos vitorean por cortesía, para no ser groseros. Si nos propusiéramos engañarlos, no podríamos; en cambio ellos, sin quererlo, nos engañan a todos. Nos aplauden, nos abrazan y nos dan ánimos, pero al final no les importa quién gane. Les da lo mismo. Lo entendí la otra vez, cuando pasaba saludando, daba la mano a una muchedumbre y un cabrón me dejó agarrando una salchicha de hotdog.

Amigo. Bueno, pero en la presentación por la televisión te fue muy bien. Observadores independientes dijeron que te habías robado el show. Que fuiste el mejor.

Candidato. Es cierto, pero recordá que los otros tres candidatos, eran la personificación misma del subdesarrollo de nuestro país. Gente con una escolaridad por los suelos, que se sentía realizada por aparecer en ese programa. Creo que están en la contienda solo para figurar, para verse por la tele o encontrar su nombre en los periódicos. Si mis posibilidades son remotas, las de ellos son nulas. Se quedan viendo largamente las vallas publicitarias con su foto, donde exhiben una sonrisa falsa. Muchos solo buscan chance o quedarse con el vuelto de las donaciones. Tú no te puedes imaginar a ninguno de ellos ostentando la banda presidencial, que debiera ser sagrada.

Amigo. Pero debe haber algo, un pensamiento o una frase que llegue a la gente y la haga venirse con nosotros.

Candidato. Antes de dormir, cada noche, pienso en ese tema para ver si la solución me llega durante el sueño… y nada. Mi imaginación y creatividad han buscado inútilmente la solución salvadora. Necesito encontrar el argumento que convenza, la palabra mágica que impacte el corazón de los electores. Antes estaba seguro de que encontraría ese algo. Ahora ya no. ¡Si tan solo llegáramos al veinte por ciento de la votación! Con eso pasaríamos al segundo lugar y después ganaríamos muertos de la risa. Pero no encontré el argumento, ni la frase, ni la maldita palabra. Ahora, la votación se nos viene encima y comprendo que la tenemos perdida. Yo ya no puedo pensar, estoy como embotado. Lo mejor sería retirarme pero necesito una salida airosa. Vine a ver si se te ocurría algo.

Amigo ¿Qué te parece un atentado contra vos mismo? Viendo que su broma había llegado en el peor momento, a la persona menos indicada y que no había hecho ninguna gracia, el amigo se apresuró a agregar: Tal vez lo mejor sea decir la verdad, explicar que no tenemos dinero, confesar que fracasamos, prometer que no volveremos a participar en política.

Candidato. No, no podemos hacer eso. No sé el número exacto, pero entre candidatos a diputado, alcaldes, síndicos, cocodes, comodes, titulares, suplentes… hay unas tres mil personas que saldrían afectadas. La mayor parte de ellos están financiando sus propias campañas. Algunos metieron sus ahorros, hipotecaron su casa y se endeudaron hasta la nuca.

Todos me culparían a mí de su derrota. Además, algunos realmente van bien y hasta podrían ganar. También están quienes han dado dinero, vehículos, mantas, pintura y otras cosas para la campaña. Las gorras, banderas y camisetas; los activistas, los mítines, la caravana, la música; todo eso ha costado mucho esfuerzo, motivación, ilusiones, dinero… Yo tuve que ir a poner mi carota para conseguirlo. Ahora no puedo llegar a decirle a esa gente que siempre mejor ya no.

Amigo. Tenés razón, no había pensado en eso. Pero me alegra que vos lo hicieras y ver tu entereza al pensar en los demás. Sólo que ahora ya no sé qué decir ni cómo ayudar.

Candidato. Ya lo hiciste. Al hablarte he puesto mis ideas en orden. No hay manera de cambiar el destino. Hay un funeral, dentro de la caja estoy yo y debo sonreír con la mayor dignidad posible.

El candidato dio media vuelta, hizo a un lado su silla y salió del salón caminando muy despacio, como si el peso sobre sus hombros fuera insufrible.

José Fernando García Molina

Guatemalteco, 67 años, casado, dos hijos, ingeniero, economista.Tiene una licenciatura en ingeniería eléctrica de la Universidad de San Carlos, una licenciatura en ingeniería industrial de la Universidad Rafael Landívar –URL–, una maestría en economía en la Universidad Francisco Marroquín –UFM–-, estudios de especialización en ingeniería pentaconta en la ITTLS de España.

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