Sandra Torres, la detestable
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No puedo, ni debo, ni quiero, ocultar que detesto a Sandra Torres; y que jamás, aun en un estado de profunda demencia, de licenciosa estupidez o de fecunda imbecilidad, ella sería una opción de candidatura presidencial que yo elegiría. Precisamente es el candidato presidencial más detestable del actual proceso electoral; y lo fue en el proceso electoral anterior.
La detesto porque pretende convertir la pobreza de la mayoría de los guatemaltecos en un instrumento para adquirir votos y satisfacer una peligrosa ambición de ejercicio del poder presidencial de nuestro país.
La detesto porque pretende convertir el auxilio material destinado a los pobres, en un impune soborno para obtener votos.
La detesto porque pretende utilizar los recursos del Estado para una finalidad política que adopta el simulacro de beneficiar a los pobres.
La detesto porque esa instrumentalización electoral de la pobreza, esa peligrosa ambición, ese impune soborno y ese simulacro filantrópico corrompen moralmente a los pobres, principalmente porque crea en ellos una maléfica propensión al parasitismo económico, adversa al esfuerzo por desarrollar la propia potencia creadora y emprendedora para mejorar el estado de vida.
Por supuesto, otros políticos son detestables por los mismos motivos que lo es Sandra Torres; pero en ella tales motivos han adquirido un terrorífico esplendor que le confiere la calidad de ser infinitamente detestable. Y su relevante popularidad electoral, producto de su extraordinaria perseverancia, de su admirable tenacidad e infatigable capacidad organizacional y dirigencial, amenaza con transformar la sociedad guatemalteca en la sociedad del cenagoso populismo, de la pantanosa demagogia, del parasitismo económico, del relajamiento de las fuerzas creadoras y productivas del guatemalteco pobre, y finalmente, la sociedad de la prohíbida prosperidad.
Quisiera que Sandra Torres finalmente pudiera competir en el proceso electoral presidencial, es decir, quisiera que no tuviera impedimento legal. Efectivamente, estaría más satisfecho de que los electores repudiaran su candidatura, y no que la ley la impidiera; pues éticamente no creo que sea correcto ansiar que el político que uno más detesta, legalmente no pueda competir por la Presidencia de la República. Y también éticamente disfrutaría más de su derrota electoral y no de un impedimento de su candidatura presidencial. Y disfrutaría de esa derrota por aquello que yo creo que es el bien de nuestro país, el cual, si está mal, por lo menos no debe estar peor, y lo estaría si Sandra Torres fuera Presidente de la República.
Debo advertir que detesto a Sandra Torres por los motivos que he expuesto; pero no por su fenotipo, es decir, por la manifestación del genotipo. Creo que nadie debe ser detestado por tener una apariencia física genéticamente determinada.
Tampoco la detesto por su conducta pública, la cual, aunque sea repulsiva, y sea una causa de que más de 50% de los electores no votarían por ella, es exclusivamente responsabilidad de ella misma.
Ni la detesto porque demanda judicialmente a periodistas que denuncian presuntos delitos que ella ha cometido, o la atacan, o la critican, o la insultan. Ella podría demandar a todos los periodistas de Guatemala, por no consumirse en elogios para ella, o por no declarar que ella es la más sublime encarnación de la honestidad, la pureza moral, el ideal de legalidad y el apostolado filantrópico. La cuestión es que los jueces acepten o no acepten la demanda.
Post scriptum. Mi afirmación de que, para mí, Sandra Torres es el más detestable de los candidatos presidenciales en el actual proceso electoral, no pretende ser despectiva. Pretende reconocer en ella un mérito descomunal: no cualquier candidato presidencial puede ser el más detestable.
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